El municipio de Jericó ha sido pionero en muchas cosas; la más reciente: que el festival de ideas más importante del mundo se realice allí y no en una urbe.
Por: Daniel Palacio Tamayo
La corriente de aire caliente que acompaña el río Cauca y la que viene desde los farallones del Citará, en límites con el Chocó, se encuentran en Jericó. Los vientos que soplan en este municipio enclavado en lo alto de la montaña hacen que las cometas tomen un vuelo hasta casi perderse entre las nubes.
El colorido de las cometas se suma a las fachadas verdes, amarillas, rojas, acompañadas por flores moradas en sus portones. La postal no va solo en el decorado de las casas: los adultos usan sombrero, carriel, pantalón de paño. Y es que en esta localidad aún se conservan las tradiciones con las que fue erigido en 1852 y con el que desde un inicio tomó un perfil cívico.
Para uno saber por qué las gentes de Jericó son tan cultas se tiene que remontar a la historia del proceso de colonización. “El sueño de los fundadores era tener un pueblo de agricultores”, recuerda Roberto Ojalvo; jericoano de nacimiento y líder consagrado de la cultura, ahora desde el museo Maja.
Para cumplir ese sueño, quienes iban a vivir en Jericó primero tenían que pasar una cuarentena en Fredonia y demostrar sus destrezas en algún arte u oficio. Con la creación de la Diócesis en 1915 y la llegada de cuatro comunidades religiosas europeas dedicadas a la educación, ese propósito se reforzó.
Jairo Esteban Giraldo Rúa, un narrador de Jericó —o cuentero, para no enredar— tiene una explicación complementaria para eso que él llama “fenómeno cultural” y que la atribuye a las coordenadas geográficas, al color que puede quitar el soroche y a la misma toponimia de Jericó. Je-ri-có: Cráter que deja la luna.
Llegar a la cabecera hoy tarda unas dos horas y media, pero muy pronto se reducirá a una hora y veinte minutos. Tiempo muy distante a las ocho horas que se tomaba ir desde o hacia Medellín hace medio siglo.
La ubicación geográfica no ha impedido que los jericoanos sean primeros de muchas cosas. Por ejemplo, explica Ojalvo, fue el segundo pueblo, después de Medellín, en tener luz eléctrica en Antioquia, incluso antes de tener carretera. Y esta semana, se estrenará como el primer “pueblo” en realizar el Hay diferente a su versión original. Antes fue el primero en recibir una muestra del Fashion Group para hablar del atuendo como manifestación cultural y el privilegio —en Colombia únicamente compartido con Bogotá— de tener una exposición con una pintura original de Andy Warhol.
Después de la santificación de la Madre Laura, los peregrinos se multiplicaron; con ellos se esparció la narrativa de que en esa localidad de un poco más de 12 mil habitantes hay 18 iglesias o capillas. Pero lo hecho con la cultura es todavía más asombroso: siete museos (ver recuadro), un parque educativo, 26 fundaciones de beneficio común y el Teatro Santamaría con un aforo de 540 personas.
Cuna de artistas
Roberto Ojalvo tiene en su cabeza a todo aquel jericoano que con su obra ha recorrido el mundo. “Tenemos a Alonso Garcés, uno de los galeristas más importantes de la Colombia de hoy; a Jesusita Vallejo, representante muy importante de la escuela de la acuarela; a Sigifredo Espinal Tascón, un sabio de las ciencias naturales” y otros de una larga lista que menciona, pasando por la anécdota del accidentado nacimiento de Manuel Mejía Vallejo. “Aquí se ha trabajado mucho la música coral, en teatro se hacían cuadros vivos de las obras de arte universal”, señala Ojalvo sobre la tradición artística y cultural. Por eso no fue raro ver a habitantes del municipio hacer fila para conseguir boletas para el Hay, el festival de ideas más importante del mundo.
En Jericó se ha buscado trascender el concepto de cultura igual a bellas artes; por eso en el Maja además de las exposiciones temporales con su variedad de oferta en escultura, pintura, fotografía, se ofrecen talleres, proyecciones de cine, conciertos de música de cámara, alfabetización tecnológica para adultos mayores, capacitaciones para jóvenes y otros programas que acercan el público a estos espacios.
De claustro religioso a artístico
El galerista Fernando Fernández es reconocido por evitar una tragedia histórica en Jericó. Mientras que circulaba el rumor de derribar un antiguo monasterio para convertirlo en parqueadero, a él se le ocurrió restaurarlo para tener allí todo un complejo cultural que llamó Bomarzo, como los jardines de esa localidad italiana.
En ese espacio hay cafés, restaurantes y una galería; mientras que todo el segundo piso es una residencia de artistas donde producen su obra que posteriormente será vendida, como explica su administrador Angelo Valentino Romanielo, mientras recorre los pasillos en madera del antiguo monsterio.
El alcalde de Jericó, Jorge Pérez, cree que en la medida que se garanticen incentivos para los empresarios, la oferta cultural, gastronómica y hotelera del municipio seguirá llegando sin reñir con la vida campesina que los ha caracterizado.
Pero no solo la transformación ha sido en Jericó. Toda la región del Cartama, está presentando cambios en su dinámica, pues como explica el experto en propiedad raíz Juan Gonzalo Álvarez, muchos adultos mayores están buscando una casa para llevar un ritmo de vida diferente a la ciudad en sus años de retiro laboral.
Adicionalmente, las autopistas recortan el tiempo de desplazamiento con Medellín y el Eje Cafetero y multiplicarán el valor de la tierra, pues se tendrá la posibilidad de tener una finca de recreo a menos de una hora y media de la ciudad.
“Mucha gente no dimensiona el progreso que tiene el Suroeste”, dice, al paso que asegura que un lote en La Siria —una parcelación con vista al Cerro Tusa— valía 240 millones hace un par de años; “hoy no lo dejan en menos de 370 millones de pesos. En dos años, superará los 500”.
Jericó, también es tierra caliente
Aunque en el casco urbano de Jericó, la temperatura promedio es de unos 18 grados centígrados, a orillas del Cauca es tierra caliente. Hace 20 años, en un lote de 33 hectáreas se construyó Cauca Viejo, un condominio colonial que ofrece una semblanza de los pueblos antioqueños.
Andrés Restrepo, hijo del promotor de la iniciativa y líder turístico, explica que el lugar tiene un gran parque, alrededor del cual hay una iglesia en la que además de celebraciones litúrgicas se hacen eventos, casas con piscina, algunas de las cuales son rentadas como espacios de recreo; también hay hoteles boutique para el descanso.
Cauca Viejo no solo ha servido para generar una nueva oferta turística y de empleo para los habitantes de los municipios cercanos; también para grabar en sus calles empedradas la película Me Llevarás en mí, así como en las calles de Jericó se rodó el documental El infinito vuelo de los días, de Catalina Mesa.