| Habitante del Parque Lleras, a los 9 años su programa preferido era el de los sábados en el templo de San José, de El Poblado. Para la época -principios de los 60- allí se celebraban los matrimonios más elegantes de Medellín. Con anterioridad, leía en los periódicos locales la programación de las bodas que habría, artículos que daban todos los detalles sobre las novias y las ceremonias. “Publicaban la descripción de lo que iba a pasar y yo me iba a mirar la llegada de esos carros a la Avenida El Poblado. No solo yo: medio Poblado estábamos de noveleros esperando la llegada de la novia”, recuerda Héctor Ruiz medio siglo después mientras termina de organizar la decoración navideña de uno de los hoteles de El Poblado. “Llegó la novia”, era la expresión mágica, aquella con la que todo se paralizaba ante un acontecimiento que para el niño Héctor era majestuoso: el carro, el traje, el velo, los zapatos, el maquillaje, el yugo largo en cascada, las flores blancas, la marcha nupcial, el novio y su smoking, los invitados, en fin, un sinnúmero de detalles de buen gusto que añora en medio de la informalidad del Medellín de hoy, ciudad experta en pasar, muy a su pesar, por encima de los ritos tradicionales. Hay que ver lo que le molesta, por ejemplo, ver un altar decorado con ramas, hojas secas y sin flores “que porque eso no se usa. Para mi una boda sin flores, y blancas, no es boda, así como una piñata con bejucos y uvas en vez de bombas, no es piñata”. Terminada la última boda, porque eran varias, salía para su casa a dibujar lo que había visto. “Así me inicié en el tema de la moda y cuando llegué al bachillerato ya era una obsesión”. De ese talento suyo para el dibujo se desprendió, pues, el resto, esas habilidades por las que desde hace más de tres décadas se ha destacado en Antioquia y el país: diseñador de trajes de novia, de reina, coctel, gala y fantasía, maquillador, decorador y, claro, asesor de imagen. Nada menos, en el reciente Concurso Nacional de Belleza de Cartagena -2010- obtuvo el premio a mejor diseñador de traje artesanal, lo que antes se llamaba de fantasía, reconocimiento que ha recibido tres veces en este certamen. A bolígrafo alzado Tanto en el bachillerato en el colegio de San José de la Salle como cuando estudiaba publicidad, se la pasaba ajeno a lo que sucedía en clase, dibujando con lápiz y bolígrafo, instrumentos con los que aún hoy hace sus bocetos. Como en los años 60 y 70 en Medellín no había dónde estudiar diseño de modas, su aprendizaje fue a través de dibujar no solo lo que veía en vivo sino en televisión, periódicos y revistas. “Muchos años fui retratista. Los compañeros me llevaban las fotos de las novias para que las dibujara y me dediqué a dibujar reinas de belleza. Cada que iba a venir una Miss Universo a Medellín yo tenía el cuadro listo para que me lo autografiara, pero la mayoría de las reinas se quiso quedar con él y a cambio recibía una fotografía con el autógrafo”. Sobre los retratos de las reinas también aprendió a maquillar, y lo que no le gustaba de sus peinados o accesorios lo cambiaba en el papel, con lo que empezó, sin buscarlo, su adiestramiento en la asesoría de imagen. Contra viento y marea, o sea contra las aspiraciones maternales que lo idealizaban como médico o arquitecto, Héctor siguió enfocado en su pasión. “Ahí me quedé. El comienzo mío en el reinado y en la moda fue difícil porque a uno no lo conocía nadie, entonces yo mandaba los bocetos al periódico para ver si me los publicaban. Cuando empezaba la temporada de toros yo hacía los diseños para ir a las corridas y el periódico los publicaba”. Hasta se iba en bus para Santa Gema a las seis de la mañana para maquillar gratis a una de las candidatas a Señorita Antioquia”, concurso al que se vinculó en 1969, incluso antes de terminar bachillerato. De cuándo acá Desde hace 22 años tiene su local en Patio Bonito y asegura que fue la segunda empresa en establecerse en el sector. Cuando lo buscan para diseñar un traje de novia o asesorar una boda, se siente orgulloso porque sabe qué quieren los novios: su toque, su sello, aquel que incluye los ritos propios de esas bodas de mediados del siglo pasado que para él en nada se parecen a las que se celebran hoy en la ciudad, con sus excepciones, claro está. La verdad, Héctor Ruiz no ha podido entender de cuándo acá Medellín cambió de tal manera que hasta el bizcocho negro –¡oh sacrilegio y ofensa para los paladares más veteranos!- fue sustituido por torta de fresas, chocolate o cualquier otro sabor que, en su opinión, jamás lo reemplazará ni en el gusto ni en el buen gusto. Tampoco se resigna a las lluvias de sobres, a las novias con moño rojo sobre el vestido blanco, a las de cara lavada, a los yugos pequeños, a las bodas temáticas, a las bodas en fincas, a aquellas en las que se baila reguetón, o en las que sientan a señores de smoking a tomar aguardiente “con el argumento de que a los tíos no les gusta el whisky”, y mucho menos a las que la gente puede ir como quiera: con vestido largo, corto o con bluyín. Sobre casos como estos, su sentencia es contundente: “Eso no es una boda, eso es una rumba”. “Me volví un crítico total”, concluye, no sin antes redondear con que “en muchas mujeres de Medellín se perdió el toque sofisticado, la armonía y el equilibrio” y sustentar lo dicho con un variado número de ejemplos que van desde el uso generalizado de sandalias en pleno día de invierno, pasando por la proliferación de profesionales en ejercicio con camisetas de tiritas, hasta la multiplicación de señoras con joyas y escote profundo escogiendo verduras en un supermercado. Con este panorama, Héctor Ruiz podría decir, como Jesucristo, que “mi reino no es de este mundo”. Pero sigue firme en su labor casi quijotesca, quizás convencido de que una golondrina sí hace verano. | |