Agente de tránsito por un día
Vivir en El Poblado fue invitado por la Secretaría de Transportes y Tránsito para afrontar la experiencia de ser guarda de tránsito durante un día. Fueron horas intensas de gran aprendizaje y comprensión con quienes cumplen diariamente esta labor
Dos días antes de la actividad, el grupo de periodistas recibimos en nuestras salas de redacción el pito oficial del guarda de tránsito, además de indicaciones como llevar zapatos negros, protector solar y camisas blancas para usar debajo del uniforme. ¿Uniforme?, esa fue la pregunta que nos hicimos todos y ese sábado, a las 7 de la mañana, ya nos encontrábamos en los camerinos del Tránsito ajustando nuestros trajes azules, como son conocidos por la ciudadanía.
Ya con el pantalón, la camisa azul, corbata, silbato, chaleco y el quepis puesto, dijimos los periodistas: “Esto es en serio, somos agentes de tránsito”.
“Azulado por un día” es el nombre del programa de la Secretaría de Transportes y Tránsito, para que periodistas y personajes de otros sectores vivan lo que se siente ser un guarda, buscando sensibilizar no solo a los comunicadores sino a la comunidad en general, que se vea la otra cara de la moneda.
Disciplina y convicción
Ya listos, los ocho periodistas fuimos formados y presentados ante el secretario de Tránsito Rafael Nanclares y demás autoridades del despacho. “A discreción, ¡firmes! Señor Secretario le presento a ocho periodistas que estarán de servicio en la ciudad el día de hoy”, dijo con tono militar el supervisor John Jairo Vélez.
Después de una serie de indicaciones y recomendaciones, a cada periodista nos asignaron un agente y un sitio específico para controlar y regular la movilidad. Uno a uno el supervisor Vélez fue indicando las diferentes problemáticas que se afrontan en algunos puntos críticos, más un sábado cuando no hay Pico y Placa y que gran parte de la ciudadanía aprovecha para salir con sus familias en sus vehículos.
Al guarda Francisco Valencia y a mí nos correspondió la carrera 80, entre la calle 30 y la Facultad de Minas de la Universidad Nacional. Acopios de taxi irregulares, giros y estacionamientos prohibidos, era lo que debíamos vigilar.
Antes de salir, leímos en voz alta la oración del agente: “Señor, dame voluntad permanente para servir a mi ciudad, la fuerza y el carácter para rechazar el soborno y castigarlo, la disciplina suficiente para respetar a mis superiores y cumplir con mi deber, el orgullo suficiente para respetar y hacer respetar mi uniforme…”.
Incultura y excusas
Después de conocer el centro de control de cámaras en La Alpujarra, donde los casos de incidentes son asignados a cada agente, tardamos casi una hora en llegar a la glorieta de la 80 con la 30. Solo bastó salir de la Alcaldía y a las pocas cuadras ya había carros mal estacionados y vehículos descargando mercancía por largo tiempo. “Ya señor agente, ya me voy”, “me van a entregar una cosita, no me demoro”, fueron algunas de las expresiones de los conductores cuando nos veían.
El conductor de un carro que invadió totalmente la acera fue el primer acreedor a la orden de comparendo. Las excusas durante toda la jornada fueron variadas, mientras el agente Valencia realizaba su informe, yo diligenciaba un comparendo pedagógico explicándole al infractor su falla.
“Uno tampoco los para a todos y reparte multas por montón, también depende del tipo de infracción y de la educación de la persona. Unos aceptan su error pero hay otros que nos tratan mal y hasta nos dicen muertos de hambre”, me comentó Valencia durante el almuerzo.
De 10 de la mañana a 2 de la tarde patrullamos la carrera 80, realizamos varias multas por un giro prohibido en la Estación Floresta, y atendimos un choque solo daños en el que los implicados conciliaron. Ya estaba cansado, sentía las piernas anestesiadas pero aún faltaba el operativo que realizaríamos durante dos horas en la Autopista, al frente de las oficinas del Tránsito. Revisar que los motorizados tuvieran los papeles vigentes y hacer prueba de alcoholemia fue nuestra misión. “Caballero los papeles de la moto por favor”, les decía a los conductores que detenía en el retén, y todos, con solo notar mi uniforme y en señal de respeto respondían: “claro señor agente”.
Luego del operativo y de inmovilizar algunas motos por no tener los papales en regla, recibimos la condecoración final que nos graduó como guardas de tránsito por un día, una grata experiencia que me permitió vivir en carne propia las dificultades que afrontan todos los días los agentes. No solo son la lluvia, el sol y la contaminación, comprobé la falta de cultura para cumplir las normas y para valorar el trabajo de los azules, que como humanos se equivocan pero que, sin dudas, hacen una labor fundamental para mejorar las condiciones de movilidad de la ciudad.