Un tercio de la comida disponible para consumo humano es desperdiciada en el mundo. Para Colombia, este desperdicio, llega a ser de 9,76 millones de toneladas al año, lo cual también equivale a un tercio de la producción nacional (datos del DNP).
El problema es global y contamos con muy poca conciencia del tema. Algunas de las razones por las cuales este volumen es tan alto se alejan de nuestra perspectiva individual o doméstica, como el descarte de alimentos por su estética o el deterioro generado por la logística de almacenamiento y distribución, pero tenemos oportunidad de aportar desde unos momentos característicos de nueva vida social: las celebraciones.
Continuamos viviendo en la cultura del desperdicio, como si del Potlatch se tratara, ritual de celebración que era practicado por los aborígenes de la costa del Pacífico, en el que se demostraba el prestigio por medio del regalo e incluso, de la destrucción de objetos de alto valor simbólico y material.
En nuestras fiestas de cumpleaños de niños y adultos, celebraciones de grados, babyshower, entre otras, continuamos malgastando, pero ahora no son vasijas de barro, son altas cantidades de comida que son convertidas en porciones desmesuradas para grandes y chicos, tortas que son más grandes que el pequeño cumpleañero, perros calientes gigantes… y a esto se le suma la decoración con plástico no reciclable, platos desechables, etcétera.
Creo que hay formas de celebrar sin tener que desperdiciar tanto: ser moderados con lo que ofrecemos, que todo “se venda”, que lo que se genera sea en su mayoría reciclable, entre otras alternativas.