La vida me dio la fortuna de vivir y estudiar durante cuatro años en Bolonia, una de las ciudades de Italia más cargada de historia, de arte y de cultura. Y que esto se pueda decir en el contexto italiano son ya palabras mayores.
Por Carlos Arturo Fernández
La ciudad fue fundada a mediados del siglo VI a.C. por los etruscos con el nombre de Felsina, en un lugar que ya para entonces contaba con más de 500 años de vida urbana. Los romanos la llamaron Bononia y consideraron muchas veces que se trataba de una de las ciudades más cultas del Imperio. A partir del año 1000, tras los avatares de la primera parte de Edad Media, la ciudad cobra nueva importancia comercial, política y cultural.
En 1088 se establece en Bolonia el Studium, que es, en efecto, la más antigua Universidad de Occidente, Alma Máter de todas las instituciones universitarias. El Estudio Boloñés era una asociación de estudiantes, libre y laica; y eran los estudiantes quienes elegían a los profesores y les pagaban personalmente con dineros procedentes de donaciones.
Pero dejemos para otro momento la historia apasionante de la Universidad y digamos sólo que, gracias a ella, la ciudad se convirtió en sitio de encuentro y de acogida, no solo de intelectuales y maestros sino, sobre todo, de una multitud de jóvenes estudiantes procedentes de toda Europa. Es esta situación la que impulsa el desarrollo de una de las características más particulares de Bolonia que son sus pórticos: una extraordinaria red de recorridos cubiertos, de unos 40 km, que se extienden por todo el centro histórico de la ciudad.
Lo que hoy vemos es que el primer piso de todos los edificios se retira para dar espacio a una generosa vía peatonal, abierta hacia la calle y cubierta por los pisos superiores; y con esa idea se levantaron todas las construcciones desde finales de la Edad Media. Pero los pórticos más antiguos, que son incluso anteriores a la Universidad, se crearon para aumentar sobre las aceras el área habitable de las casas, creando especies de balcones que no interfirieran con las calles.
Los pórticos de Bolonia son, en realidad, una extensa red de comunicaciones y de relaciones sociales. Un sitio de encuentro que mantiene vivo el sentido originario del Estudio Boloñés (y de todas las universidades del mundo): una cultura polifacética y dialogada, no solo entre estudiantes y profesores sino también y, sobre todo, entre pueblos, étnias, religiones y diversidades. Un espacio de convivencia ciudadana que hace patente que la ciudad es, ante todo, el lugar donde nos encontramos y podemos conversar y compartir; donde se entiende que no existe división entre ciudad y universidad porque mientras seamos capaces de dialogar seremos siempre estudiantes y aprendices de la vida.
Pero además, y no en último lugar, los pórticos de Bolonia son la expresión y posibilidad de una vida más grata, protegida de los elementos y de los peligros del tráfico. Un espacio de tranquilidad donde la vida discurre al ritmo de cada uno. Valdría la pena volver a oír “Piazza Grande” de Lucio Dalla, uno de los grandes cantautores boloñeses:
“Duermo en la hierba y tengo muchos amigos a mi alrededor,
los enamorados en Piazza Grande.
De sus problemas y de sus amores lo sé todo, equivocados o no […]
No tengo una familia verdadera y propia
y mi casa es Piazza Grande”