Nuestro equipo del torneo de Ginebra, Suiza, reúne los últimos tres pueblos ribereños del lago Leman antes de la frontera francesa. Más de la mitad de los jugadores pasamos los 50.
Existe en algunos cantones suizos un torneo de fútbol para mayores de 40. Se juegan dos tiempos de 35 minutos sobre la mitad del terreno, siete contra siete. Se pueden hacer todos los cambios que se deseen, entrar y salir varias veces. En Ginebra el torneo cuenta con cerca de 40 equipos, divididos en dos categorías. Más de la mitad de los jugadores de mi equipo pasamos los 50.
Como al final de 2017 me fracturé un quinto metatarsiano (les sucede incluso a los buenos jugadores), en 2018 no había podido jugar ni una vez. Había, eso sí, retomado los entrenamientos y me enteraba de los malos resultados. A pesar de ello, nunca hubo dificultad en movilizar los diez jugadores que se requieren para cada juego. Tres reemplazos son necesarios: se juega todavía con vehemencia y la edad no contribuye a la destreza, alguna patada será fruto de la torpeza, no de la mala intención. Estuve entre los convocados al último partido que jugamos de locales. Llegamos sin haber conseguido siquiera un empate en toda la temporada, perdiendo muchas veces por la mínima diferencia. Como en cada ocasión, teníamos la ilusión de que esa fuera la vencida.
Empezamos ganando 3 – 0! Nuestros adversarios descontaron 3 – 2. Marcamos el 4 a 2, luego llegó el tercero de ellos y… nos empataron 4 a 4.
Cabe anotar que nuestro club reúne los últimos tres pueblos ribereños del lago Leman antes de la frontera francesa. Se llaman Corsier, Anières y Hermance. El nombre de club consiste en un doble juego de palabras que retoma las iniciales de tres pueblos: “Coheran”. Fonéticamente, en francés, ese nombre suena como el adjetivo coherente.
Volviendo al partido, cuando nos empataron todavía contábamos con Branco, 42 añitos, nuestro Ronaldo (es portugués). Branco marcó el quinto y el sexto antes de salir con calambres. ¡6 – 4! Lo celebramos casi como si hubiésemos ganado el campeonato. En realidad fuimos últimos.
El fútbol es una escuela para la vida. Aprendes a hacer las cosas lo mejor posible, aunque el resultado no sea el esperado. Siempre queda el tercer tiempo, el de las cervezas y las risas: por los kilos que están de más, por los errores que están de menos. Vas a jugar aunque llueva a cántaros y debas desplazarte hasta al otro lado del Cantón, después de un día de trabajo, y eso represente más de una hora de trayecto para ir y otro tanto para regresar. Vas, aunque las probabilidades de perder sean altas. Vas porque haces parte de un equipo, hay que ser solidario y respetar los compromisos que se adquieren.
No se es perdedor por perder. Se es perdedor por dejar de intentar ganar, por creer que no se puede vencer y que no queda nada por hacer. Saber perder es aprender de la derrota, nunca bajar los brazos, es mantener, siempre, la voluntad de ganar. Eso vale en todo: en el deporte como en la lucha contra la enfermedad y, por supuesto, en política.