Me impactó ver que para las personas que viven en la zona, las fronteras no existen: pasan de un país al otro como Pedro por su casa.
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Ha pasado casi un mes desde mi último artículo, y estoy muy contenta porque para la pregunta que hice sobre qué podría hacer cada uno de nosotros para evitar el deterioro del Amazonas, recibí varias respuestas muy interesantes. Entre ellas: (i) elegir a nuestros gobernantes con consciencia y votar por personas conscientes; (ii) legalizar los cultivos de coca artesanales, esenciales para muchos habitantes del Amazonas y de los cuales se pueden obtener varios productos con valor comercial y nutricional (recorderis: coca no es igual a cocaína); (iii) prohibir la carne (un poco extrema, pero recordemos que la cría de ganado es la causa de cerca del 80% de la deforestación en la selva amazónica, pues millones de hectáreas de bosque se convierten en potreros anualmente); y (iv) hacer campañas de reforestación y restauración de la selva, vendiendo árboles simbólicos a personas que vivan en Medellín u otra ciudad, los cuales luego se conviertan en árboles reales para sembrar en el Amazonas.
Estas propuestas me parecieron muy relevantes y me hicieron pensar en la pertinencia de ponerlas en práctica de una manera simultánea, pues si las analizamos bien, todas están potencialmente interconectadas, aunque cada una tenga su “identidad”. Tratar la pérdida de selva amazónica teniendo en cuenta estas y otras propuestas de manera conjunta, permitiría abordar el problema de una forma holística o, como más me gusta decir a mí, de una manera sistémica – del griego “systema”, que significa “unión de cosas en una manera organizada”.
Para que las “cosas” de un sistema puedan estar organizadas, deben relacionarse entre sí y, lo que es más bonito, deben depender las unas de las otras, o sea, deben ser interdependientes. Por ejemplo, una comunidad de seres humanos (llámese sociedad, barrio o equipo de trabajo) solo funciona como comunidad si todos los Homo sapiens que la componen siguen ciertas pautas de convivencia; si alguno de los integrantes del grupo no las sigue, los demás integrantes, así como la comunidad per se, verán afectado su bienestar. Si nos vamos al mundo de la naturaleza, allí también pasa lo mismo: en un bosque, por ejemplo, cada árbol depende de los demás para poder cumplir sus funciones satisfactoriamente y, a su vez, el bosque entero depende de todos los árboles que lo forman para poder ser bosque…
¿Qué pasaría si esta manera de ver el mundo la llevamos al sistema “ser humano – naturaleza”?
En general, en el Amazonas me impresionó ver lo conectadas que están las poblaciones humanas con la selva y el río: en casi todos los lugares que visité, las construcciones son palafíticas (como montadas en zancos), pues la gente sabe que cada año, durante varios meses, el nivel del agua subirá. Asimismo, se suelen consumir productos frescos de temporada, ya que se tiene consciencia de que en la selva se deben respetar los ritmos de las cosechas para que esta pueda alcanzar su máximo potencial. Aunque solo recorrí 76 de los 116 kilómetros de orilla que tiene Colombia sobre el río Amazonas, también me impactó ver que para las personas que viven en la zona, las fronteras no existen: pasan de un país al otro como Pedro por su casa, y las dinámicas culturales y sociales son propias y particulares de la región, ajenas e independientes a la geopolítica.
Tanto la conexión con la naturaleza como la eliminación de fronteras (sean estas externas o internas) son cualidades esenciales para el desarrollo sostenible. En este sentido, creo que tenemos mucho por aprender de las comunidades amazónicas. Mi viaje fue breve, y me quedó muchísimo por aprender y ver; sin embargo, apreciar de cerquita la relación de las poblaciones locales entre sí, y con su entorno natural, me dejó muchas cosas sobre las cuales reflexionar.