Me habían dicho que el gallo aparecía por las tardes pero este martes muy temprano se levantó a cantar en la esquina de la calle 10 sur con la carrera 45, frente al Centro de Fe y Culturas y muy cerca del intercambio vial de La Aguacatala, como si anticipara mi visita.
Lo escuché mientras Stella Ochoa, en la sala de su casa, me contaba justamente que no hay tarde en que el gallo -“el gallo de la gente” como me dijo Pascual Baena, empleado de un edificio de la zona- la visite para comer maíz y arroz, y si este es cocinado más le gusta, me advierte Celina, la empleada doméstica de Stella.
Salí a la calle apenas lo escuché y ahí estaba el gallo parado al lado de una de las ventanas de Viva Spa, cantando tan duro como para que notáramos su presencia.
Pascual lo describió como un gallo fino, pero Celina, quien habitaba antes la zona rural de las lomas de Envigado, está segura que es un gallo cubano, por lo pequeño de su tamaño y por sus colores, “saraviado”, mezcla de negro y blanco con su cresta roja.
Stella dice que hace poco menos de un año que lo ha visto deambular por el barrio. El rumor, agrega Celina, es que era propiedad de una pareja de adultos mayores que desocuparon una casa cerca a la avenida Las Vegas y que en el trasteo se les quedó.
Cierto o no ese rumor, el gallo ronda el barrio y eso sí, de nadie se ha dejado coger, porque muchos lo han intentado, afirma Stella. No tiene dueño y al menos no ha aparecido, pero los vecinos ya lo quieren como si fuera un habitante más de la zona.
Entre las 5:30 y las 6:00 de la tarde, el gallo tiene el ritual de subirse a un guayacán ubicado en la esquina de la 10 sur con la 45 para instalarse en la misma rama de siempre y y pasar allí la noche, pero hay que verlo, cuenta Stella, cuando la cuadra está llena de carros parqueados, cómo le cuesta treparse al árbol. “Se monta en los carros pero se liza mucho, insiste tanto hasta que logra subirse”, cierra la habitante.