Creen que el mal viene de afuera. Los espíritus demoníacos, rezos, brujería, los conjuros, los hombres, los aparatos que dividen familias, las drogas y el alcohol, la música, la gente tóxica: esa, la otra.
Puedo asegurarles que 20 de cada 10 lectores encontrarán esto ofensivo. Veinte, porque el ego cuenta por dos. Y yo, 22.
Ser escuchado es un lujo, sobre todo cuando se hace de verdad sin algún aparato de por medio. En estos días de angustia, de tusas políticas y futboleras, elegí alejarme un poco de las pantallas. Visible solo en redes sociales en posts que cuentan como desahogo, elegí desconectarme y conversar más. Escuché, sobre todo, quejas, problemas cotidianos, de esos que tenemos todos y a veces nos pesa conocer uno más. Porque, Dios mío, que eso no me vaya a pasar a mí.
Que Fulana tiene un novio muy tóxico y por eso está enferma. Que Sutana se siente muy sola y no ha podido concretar una relación porque cree que la bloquearon emocionalmente. Que todos los hombres son iguales y por eso me quedo soltera. Que le va mal en el colegio porque el celular la desconcentra, que le fue pésimo en el semestre porque esas amistades que tiene son la perdición.
Todos con un demonio tan tangible, tan personificado, que se sienten convencidos de que si no existiera, sus vidas estarían perfectas. Creen que el mal viene de afuera. Los espíritus demoníacos, rezos, brujería, los conjuros, los hombres en masa como demonio ancestral, los aparatos que dividen familias, las malas compañías que enceguecen, las drogas y el alcohol, la música, la gente tóxica: esa, la otra.
Como si el novio de Fulana fuera quien decide sobre su salud en vez de ser ella la que elige dejarse robar la tranquilidad y quedarse en una relación tóxica en ambas direcciones. Como si Sutana tuviera una bruja privada para dañarle sus relaciones en vez de ser ella la que tiene un problema para enfrentar sus miedos y compartirlos con alguien. Como si todos los hombres fueran iguales y se pusieran de acuerdo para rompernos el corazón. Como si los celulares nos pusieran la cabeza en modo avión y se pegaran solitos a nuestras manos. Como si las amistades tomaran decisiones por nosotros y no valiera nuestra razón y sensatez para distanciarnos cuando es necesario.
Tanto, como si nuestra vida fuese tan importante para que la gente, los espíritus, los aparatos y las personas se pusieran de acuerdo para hacernos daño. Como si no tuviésemos responsabilidad de lo que sucede en nuestra vida porque todo creemos hacerlo bien y lo malo solo llega cuando está “el otro”. Como si estuviéramos protagonizando la nueva telenovela en la que somos el ángel débil y vulnerable y el mundo fuera Satanás en persona.
Nos creemos ese cuento de ser víctimas, de no tener responsabilidad en nuestra vida porque el mundo está podrido.
Y volví a las redes sociales y entendí que ese es nuestro problema real. Todo lo malo que tenemos creemos que al final, indirectamente, es culpa de alguien. Y seguimos en guerra olvidando que los males no son etiquetas, que están en nosotros. Está mal creernos los buenos y que todo lo hacemos bien. El mal es nuestra sombra, tan bien camuflada que pasa por buena, porque la creemos nosotros mismos.