Tomarse un sabático e irse a viajar, lograr el desprendimiento y aventurarse. Dos testimonios, sobre dos puntos muy distantes, relatan este recorrido que tiene tanto de exploración externa, como interna.
Por Claudia Arias
“¿Que si ha valido la pena? Cien mil por ciento sí, obvio. Vale la pena tomar distancia, vale la pena cumplir sueños, vale la pena conocer, entender, ver estas maravillas, sí, valen la pena cada uno de los días, las horas, los minutos, que he pasado aquí”. Lo dice Andrea González, comunicadora social con maestría en Gobierno y políticas públicas. Reflexiona desde Nelspruit, Sudáfrica, país en el que llevaba poco más de un mes cuando la contactamos, y desde donde se disponía a viajar por tierra a Maputo, Mozambique, al día siguiente; este sería su segundo país en África, un continente que siempre le ha fascinado y que la llevó a embarcarse en una aventura que ella misma denominó “El viaje de la vida”.
Decir cuándo empezó todo resulta impreciso, el amor por el Continente Negro viene desde siempre; el deseo de viajar también; la capacidad de emprender una aventura en solitario apareció en 2012, cuando, al pasar un mes como mochilera en Europa, vio que lo disfrutaba; las ganas de ser voluntaria, es algo que lleva años. Aunque sí hay un punto de quiebre, agosto de 2017, al regresar de vacaciones a su trabajo como Gerente de corregimientos de Medellín, sintió que era el momento de cumplir su sueño.
“Tengo 38 años, soy separada, no tengo hijos, mis papás están bien de salud, así que vi todas esas variables en mi vida y me decidí a hacerlo. Trabajé hasta diciembre y me di un plazo de tres meses para arrancar, aunque el viaje inicia desde el momento en que lo decidí, en agosto, y empecé a averiguar precios y a pensar cómo dejaría todo en Medellín”.
Y mientras ella estaba en etapa de planeación, Juan, un financiero de 44 años que también llevaba un tiempo aplazando el sueño de embarcarse en un viaje similar, arrancaba por Hawái. Cuenta que la primera vez que sintió ese deseo fue hace unos 12 años y que logró hacer su primer intento de sabático en 2010, cuando renunció a su trabajo y se fue, pero al mes largo le ofrecieron un puesto que “no podía dejar pasar” y se devolvió a tomarlo.
Allí estaba hasta el año pasado cuando, como lo dice también Andrea, vino un impulso ya irrefrenable. De hecho, su jefe le ofreció la oportunidad de irse cuatro meses: “Pero pensé que si aceptaba esa oferta, y aunque estuviera bien en mi viaje y quisiera quedarme, me devolvería por el hecho de haber dado mi palabra, y esta vez quería sentirme libre”, anota.
Seis meses y una decena de países después, Juan siente que es la mejor decisión que ha tomado en su vida, aunque hacia finales de marzo, tras haber pasado 13 días enfermo del estómago, quiso regresar. “Es una libertad deliciosa que asusta, la gente no entiende uno cómo ‘deja todo’, y yo he aprendido que la vida tiene cosas indivisibles como que el goce de este tiempo es indivisible de extrañar a mi familia y amigos, así que lo acepto y sigo adelante; hacer este viaje no significa ponerse en standby, sino seguir con la vida, con todo lo que tiene, en otros lugares en los que también habrá tristezas y alegrías, días buenos y malos, en fin, es lo mismo”.
Motivaciones distintas para iguales recompensas
Si bien al hacer el viaje la idea es llegar a un nivel de planeación que ayude a darle claridad y cierto orden, hay también un pedazo que se le va dejando al destino. Una casualidad hace que tanto Andrea como Juan hayan planteado su aventura a partir de tres asuntos, diferentes para una y otro: en el caso de ella, lo primero es la fascinación por África, lo segundo hacerlo de mochilera y lo tercero, los voluntariados; en el de él, lo primero sería una ruta de buceo, lo segundo alejarse del frío y lo tercero, la facilidad de las visas.
Lo particular es que mientras ella va de mochilera a África y él, de hoteles a Oceanía y Asia, y ella aplica a un voluntariado en Botsuana o Namibia y él bucea en Bali y en el Mar Rojo, los dos van recogiendo los mismos frutos. Para ambos, lo mejor de este tiempo es vivir un día a la vez, permitiéndose hacer los ajustes que se requieran, ir sin la prisa que implican otros viajes; lo otro es la sensación de libertad.
“Yo definiría este viaje como ‘un día a la vez’. Puedo decir, quizás, ‘mañana me voy para…’, pero hasta no tener el tiquete, no puedo arrancar, entonces si me toca esperar otro día, pues espero otro día; no existe ese afán de otros viajes. Me quedo en el hostal, hablo con la gente, que viene de distintas partes del mundo y confirmo que hay muchas personas viajando solas, bastantes mujeres. En los hostales el promedio de edad es de 25 años, y veo que eso es lo que hacen los jóvenes hoy… nunca es tarde, además este es un plan para toda la vida, porque también he encontrado mochileros mayores, por ejemplo en el Parque Kruger, en Sudáfrica, casi todos eran mayores”.
Así que más allá de la ruta, de la fascinación por descubrir nuevos lugares y del viaje como ese anhelo que muchos seres humanos han expresado históricamente, sabáticos como los que relatamos, que implican dejar atrás apegos y abrirse al mundo con más incertidumbres que certezas, son, como lo describe la misma Andrea, “viajes internos: estoy cumpliendo un sueño de regalarme un año para mí, para desconectarme de muchas cosas, para entender, para comprender”. Lo cual reconfirma Juan: “Este es un viaje mío solo y cada que me muevo a otro lugar pongo otra vez el ‘marcador en cero’, dejando atrás gente con la que compartí unos días y que retorna a sus ciudades, y yo, de nuevo, a la incertidumbre”.
Sobre cuándo regresar y cómo enfrentarse otra vez a la vida “normal”, ambos se dieron un año para la aventura, sabiendo que pueden volver antes, “mientras me esté divirtiendo, estaré viajando”, dice Juan y por su parte Andrea afirma que espera hacer su viaje completo, pero no tendría problema en regresar antes si le sucede algo desagradable o se acaba la plata. El tema del presupuesto es complejo, incluso para un financiero, porque como la idea es aceptar lo que el camino vaya ofreciendo, pues a veces esto implica hacer gastos con los que no se contaba y ya está.
“Es bajar las revoluciones por completo y decirse ‘deje que fluya’, y uno se dispone a que fluya y fluye”, insiste Andrea.
Asuntos prácticos
Según la experiencia de Andrea y Juan, estos son unos puntos a tener en cuenta antes y durante el viaje:
- El miedo a emprender el recorrido es normal, pero vale la pena hacerlo a pesar del mismo.
- Cierre bien sus pendientes antes de arrancar y pague todo lo que pueda por adelantado (impuestos o cargos fijos que tenga de propiedades en su lugar de residencia).
- “Google todo lo sabe”. Pregunte sobre sus dudas de viaje, hay blogs, foros y otras herramientas.
- Al empacar, Andrea consideró que va a pasar por las cuatro estaciones, así que vestir en capas es lo más útil: “Tengo desde vestido de baño, pasando por camisilla, camiseta, camisa, bermudas, jeans, pantalones térmicos delgados, buzo, chaqueta, gorro, guantes, tenis, botas de montaña, chanclas… tener cada cosa, pero no mucho de todo, ser muy funcional, una o dos prendas”.
- Juan por su parte empacó ropa básica, camisetas blancas y negras, pantalones, yines, bermudas que facilitan tanto el uso –combinaciones– como las lavadas.
- Un buen seguro de salud es obligado, Juan ya pasó varios días enfermo y sabe de qué habla.
- El convertidor de energía es pieza fundamental del equipaje.
- Un botiquín completo y con la información clara sobre los medicamentos, “y tener un par de amigos médicos a los que uno pueda llamar”, complementa Juan.