Por Jairo Morales Henao
Ese mismo año apareció un volumen que recogía tres narraciones suyas escritas en Panamá: Dinero para los peces, Días de consulado y Mi amigo Sabas Pocahontas. Era el volumen IX de la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana y su último libro publicado en vida. Debieron pasar casi cuarenta años después de su muerte para que se reeditaran sus libros David, hijo de Palestina (dos veces: 1980, 1981), 20 Cuentos (1980) y en 1980 las tres narraciones mencionadas en principio. En 1984 el público conoce Ventarrón, novela que había permanecido inédita. Muy poco, no tanto al sopesarse esta anemia de reediciones respecto al tiempo transcurrido desde las primeras ediciones y a lo reconocido que fue en vida por el “país literario”, sino por el significado de su obra, tanto en sus valores perennes, como si se pasa revista al papel desempeñado por algunos de sus libros en la renovación de la narrativa colombiana durante los años treinta y cuarenta del siglo XX.
La fama es caprichosa, en buena medida elige al azar sus preferidos. A veces acoge con razón, y olvida sin razón en muchas otras. Hablamos, claro, del reconocimiento de una obra a largo plazo, no del éxito pasajero. En esa ruleta, José Restrepo Jaramillo ha estado más del lado de los relegados, de los olvidados, aun en el plano de la literatura antioqueña; no por completo, pero sí en gran medida, en una medida en todo caso no correspondiente con los logros de su trabajo.
Aunque por su año de nacimiento, 1896, pertenece en sentido estricto a la generación de León de Greiff, Fernando González, Ricardo Rendón y Pepe Mexía –para mencionar sólo a los más destacados –, es decir, a la de “Los Panidas”, todos ellos nacidos entre 1894 y 1896, el azar quiso que en ese 1915, año de la irrupción del grupo, José Restrepo Jaramillo viviera en Jericó, su pueblo natal, donde comenzaba a ejercer de maestro de escuela. Dicha circunstancia lo privó de esa luz que ilumina a los miembros de los grupos o vanguardias afamados, de esa estela que de tarde en tarde repasa a sus figuras egregias y redime a quienes fueron de segunda fila.
A su presencia literaria constante en revistas y periódicos colombianos durante casi veinticinco años, hay que agregar la publicación de sus libros mientras vivía: dos colecciones de cuentos, una novela extensa, tres novelas breves agrupadas en un volumen y la inclusión de un cuento suyo en la antología titulada Cuentos, publicada en 1925 como segundo volumen de las Ediciones Colombia, de Germán Arciniegas. Difícil, pues, entender cómo una trayectoria descollante en su momento, y tan reconocida por el movimiento literario que le fue contemporáneo en el país, se encuentre tan olvidada entre nosotros hoy en día, y, sobre todo, que haya sido relegada tan pronto, como lo denuncia la ya mencionada anemia de reediciones de sus libros. Esto incluye su novela más extensa, David, hijo de Palestina. Una de las dos ediciones póstumas de esta novela se debe al Instituto para el Desarrollo de Antioquia, que, como ente editorial no comercial, lo hacía más como homenaje al libro y al autor que por sus posibilidades mismas de una difusión amplia; la otra, hecha por Plaza y Janés en 1981, fue una especie de eco tardío –muy tardío: cinco años– de la telenovela que representó la obra en 1976, bajo la dirección de Jaime Botero Gómez. Ni aun si agregamos la inclusión de sus cuentos Cinco minutos de castidad, Colinas florecidas de niños y Las cenizas de ella en antologías del cuento colombiano, antioqueño y una del cuento hispanoamericano, se podría argüir que no ha existido tal olvido creciente de su obra, entre otras cosas porque esos reconocimientos se han limitado ante todo a su cuento Cinco minutos de castidad.
Esta obra, no solo es un análisis del trabajo de Restrepo Jaramillo. Es, ante todo, un homenaje y un rescate de uno de los escritores más interesantes del siglo XX en Colombia.