Artista anticonvencional, inconforme con los procesos tradicionales del arte, políticamente comprometida contra la injusticia y la barbarie de todos los agentes de la guerra, estudiosa profunda de la historia del arte
Beatriz González (Bucaramanga, 1932) es una de las figuras clave del arte colombiano actual. Desde que empieza a presentar sus obras a comienzos de los años 60 del siglo 20 hasta el presente, su actividad artística, cultural e intelectual ha sido definitiva para las sucesivas generaciones de creadores colombianos.
Artista anticonvencional, inconforme no solo con los procesos tradicionales del arte nacional sino también con los de la escena internacional, políticamente comprometida contra la injusticia y la barbarie de todos los agentes de la guerra, pero, al mismo tiempo, estudiosa profunda de la historia del arte y en particular la del arte colombiano, curadora y educadora siempre inquieta, denuncia siempre las contradicciones del sistema social; sin lugar a dudas, una persona indispensable para comprendernos como sociedad.
Mi lucha, de 1974, de la colección del Museo de Antioquia, es una obra que revela muy bien los intereses y procedimientos de Beatriz González desde el comienzo de su actividad artística.
Por una parte, cabe señalar su descubrimiento de las fotografías de prensa de la época como punto de partida para el desarrollo de pinturas compuestas por amplias zonas de colores planos, contrastantes y simples, como si fueran tomados de las manifestaciones de la artesanía o de las artes populares. En este sentido, su primer gran logro fue Los suicidas del Sisga, pintura realizada a partir de una foto que encuentra casualmente en una nota de prensa. Se supone a veces que este sistema de trabajo de Beatriz González deriva de la corriente del Arte Pop que, sobre todo a partir de Nueva York, se impone en la década de los años 60. Sin embargo, se trata de procesos que tienen raíces y búsquedas diferentes. Los artistas pop norteamericanos están interesados en los medios de comunicación dentro de la sociedad de consumo avanzado, mientras que Beatriz González trabaja sobre la presencia de las imágenes en contextos populares y provincianos. Pero en ambos casos aparece el uso de nuevos métodos de reproducción e impresión, en especial por el recurso a la serigrafía, una técnica industrial que ahora recibe plena validez artística.
Y, por otra parte, pero de manera coherente con sus intereses provincianos, a partir de 1970 Beatriz González empieza a ubicar sus pinturas sobre muebles adquiridos en mercados populares, cuya funcionalidad original sirve para reforzar el sentido de la representación, en un proceso que gana aún más peso con títulos que se mueven entre lo humorístico y lo irónico. Así, por ejemplo, en Mutis por el foro, un antiguo cuadro sobre la muerte de Bolívar es reproducido en colores planos y esquemáticos sobre una cama metálica: todo un mundo de gusto kitsch…
La obra del Museo de Antioquia procede de una pintura desarrollada originalmente sobre una bandeja, titulada Mi lucha por el niño, a partir de la fotografía de una mujer con dos jovencitos; es clara la referencia a los estereotipos de las quejas habituales de las madres frente a la educación y el cuidado de los hijos y, por supuesto, partiendo de allí se puede reconstruir una imagen de conflictos familiares y de género.
De aquella pintura sobre la bandeja, la artista hizo después una versión en serigrafía, de 40 por 50 centímetros, que tituló Mi lucha, una de cuyas copias es la que nos ocupa. Por lo demás, el paso a la copia serigráfica refuerza la referencia a una especie de portarretratos, casi como si se tratara de una imagen de validez universal. Porque, en definitiva, a través de sus imágenes provincianas, Beatriz González abre reflexiones que superan los contextos locales.