Diario de un Futuro – Boomerang Eterno

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Afrontar una pérdida de un ser querido siempre golpea, esa sensación de vacío que se genera, donde cada gesto, cada variación del  tono de la voz, cada sonrisa, cada mirada cómplice, todo y tanto más queda guardado en el tesoro volátil del recuerdo. Como si fuera un boomerang de Instagram que se repite sin cesar cada vez que la mente por decisión o por acto involuntario retrotrae al presente aquel que ya partió.

Entre más cercano el ausente, el recuerdo vibra en emociones, la nostalgia que las acompaña magnifica sus contextos, tergiversa los hechos que ocurrieron, nubla con el tiempo las palabras pronunciadas, se crea una mezcla difusa entre lo que fue real y lo que se torna en ensoñación. Así perdura en la mente esos momentos que nunca fueron suficientes y que se esfumaron en ese presente que nunca se detiene, ese presente de paso raudo.

Perder a alguien y recordarlo también guarda una esperanza, esperanza que varía según la fe o la comprensión existencial, hay un hecho de persistir en el mundo más allá de lo entendible y que se nutre de la necesidad humana de inmortalidad. Esa esperanza de reencuentro, de alcanzar un abrazo más, de ver un guiño más, de una risa más o tan simple como un silencio en compañía más. La lista de lo que se quisiera vivir ante la ausencia se hace interminable.

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Perder a alguien también transporta a una conversación individual, a veces difícil, a veces oculta, por lo general decididamente reticente. Una conversación que nos recuerda nuestra finitud, el inevitable fin del afán, el fin de nuestro viaje, el reconocimiento de la propia muerte, que aunque se mire de frente, la expectativa común de su llegada es por lo general tardía, como también es común el temor que siempre despierta, más o menos escondido pero latente al fin y al cabo.

Perder a alguien querido será siempre una ruptura del espacio tiempo, la creación de un universo paralelo, con cientos sino miles de decisiones que pudieron haber sido y no fueron, pero que todas manifiestan realidades paralelas que existen solo en nuestra imaginación, el refugio temporal al duelo inevitable y que se niega a partir también.

Clonar digitalmente a alguien nunca fue tan fácil como hoy. La enorme cantidad de minutos de grabación, donde la imagen y los sonidos reposan en las tantas nubes de silicio, junto con los miles de correos, chats, posts y documentos escritos durante una vida atravesada por lo digital, donde la falaz intimidad personal se gestiona a través de un celular. Momentos y reflexiones capturados por un afán comercial, son vidas convertidas ya en unos simples unos y ceros, por reducción al absurdo, simplemente vidas discretas.

Vidas digeribles por algoritmos con una capacidad de emulación evolutiva y absoluta. Algoritmos que van mutando para evitar alucinaciones y no despegarse del plan originalmente diseñado. Algoritmos que materializan realidades alternas, que dan respuesta a las preguntas de que pudo ser. Su única restricción es su confinamiento a estar mediados por una pantalla y una interfaz de voz. Eventualmente limitados a un androide.

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Una clonación que definitivamente está dispuesta a la inmortalidad, a la permanencia, a evitar la muerte, a no dejar en soledad al recuerdo inundado de nostalgia. Una clonación que se motiva de una esperanza de tener más de ese ser, una esperanza de crear nuevos recuerdos.

Una clonación que resume la permanencia a un boomerang eterno.

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