A María Claudia

El asesinato de Miguel Uribe Turbay quiebra una familia más en Colombia, un país donde muchos ya se acostumbraron a que las mujeres asuman las consecuencias de la violencia. Es vital cambiar esta realidad y cuidar a quienes se enfrentan a ella.

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Al cierre de esta edición, aún teníamos la tristeza intacta por la muerte de Miguel Uribe Turbay,
un nombre que se suma a lista extensa de personas que, por violencia, han perdido la vida en
Colombia. Más allá de las intenciones políticas y las promesas dentro de su partido y fuera de
él, con su asesinato se fueron las conversaciones entre él y sus hijos, las celebraciones con su
hermana, los regalos a su papá, las felicitaciones a los amigos, las ayudas a otras personas, sus
respuestas tranquilas sobre temas difíciles, su gusto por la música y los entrenamientos para
correr una maratón.


También se fueron los días con María Claudia Tarazona, la mujer con la que se casó hace unos
años, sin importar que ella ya tuviera tres hijas o que él, incluso, fuera unos pocos años menor.
Con su asesinato se fue un ser humano que iba más allá de los prejuicios arraigados y conocidos
y que tenía el don de ver lo esencial en los demás y en las situaciones.

EL 46.5% DE LOS HOGARES COLOMBIANOS
TIENEN COMO JEFA A UNA MUJER. DE ELLOS,
EL 68,8% DE LAS MUJERES NO TIENE
PAREJA O CÓNYUGE, SEGÚN ENCUESTA
NACIONAL DE CALIDAD
DE VIDA, DEL DANE.

Con su asesinato se fue todo lo que él iba a llegar a ser y también queda una mujer que se suma
a la lista extensa de colombianas que por situaciones de violencia o decisiones equivocadas de otros han tenido que asumir la jefatura de un hogar. Mujeres que deben quedarse despiertas
hasta la noche tardía para pagar las cuentas, revisar las notas y correos escolares, consolar a los
hijos, atender algunos asuntos del trabajo y luego, al final del día, cuando las luces se apagan
finalmente, tener unos minutos en silencio para entender qué pasó en las horas previas, agradecer, rezar, llorar o invocar alegrías para los días por venir.

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Si revisamos la historia de Colombia, vemos que este ha sido un país violento y caótico. Violento por los asesinatos a detractores, el trato hacia los débiles o los animales, el lenguaje usado o los reportes
de muertos y accidentes que suceden en días del año donde solo debería ser protagonista la oportunidad de celebrar.

Y caótico porque falta disciplina en los procesos, planeación, políticos que lleguen a su
cargo por el mérito (y no por su cercanía con el ganador), autoridades que se encarguen de hacer cumplir las normas y ciudadanos que hagan lo correcto, sin que sea más importante, por ejemplo, cuánto cuesta la multa o si hay un policía o agente de tránsito en la vía.


A veces hay lugares o personas que deben tocar el fondo para que surja algo bueno o diferente. En este momento del país donde una familia se queda sin papá y donde los líderes o ex líderes muestran su esencia a propósito de la muerte de alguien, nosotros, los ciudadanos tenemos una oportunidad: recordar que hay derechos para ser exigidos, acciones para realizar en los barrios, valores para transmitir con el ejemplo y la palabra a los hijos, soluciones para proponer y acciones que demuestren por qué es importante ir más allá de lo prometido.

Y también: mujeres que apoyar y cuidar, como María Clara Tarazona, a quienes la violencia de Colombia las arroja ante una vida no escogida.

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