¿Hacemos el amor?

Seguramente mi propuesta a muchos los hará pensar y déjenme decir que me encantaría un sí por respuesta escuchar. Sería maravilloso que hacer el amor se nos volviera algo tan normal, como la violencia, el mentir o lo que ha se ha vuelto moda: excluir a todo aquel que no piensa igual.

Hagámosle el amor al país. Mientras respetamos los derechos humanos, pensamos en equidad, en diversidad y en aceptar que todo aquello que a mí no me quepa en la mente y no quiera aceptar, lo cual no deberá ser así para el resto de la sociedad. El hecho de que no comulgue con creencias, leyes o mandatos, no quiere decir que el resto de la sociedad lo hará. Considero que nuestro ego nos lleva a pensar que quien no actué como yo, está mal; y que lo que no concibe mi realidad, no debería pasar.

En definitiva, hacer el amor con el otro debería ser una cotidianidad. Sí, con el otro, la otra y la otredad; un estado en el que la bondad y generosidad sea tan naturalizado como respirar. Y en el que soñar mundos posibles no se haga desde la individualidad, sino desde la comunidad.

Y por si acaso usted no ha sido consiente de todo aquello que lo lleva a deshumanizar, lo invito a que revise este punto en el momento en que reacciona frente a lo que hace el otro, desde la misma manera equivocada que actuar, en quien se acaba de transformar al imitar su reactividad. Porque lo que menciono se trata de encarnar el amor, incluso cuando el “otro” no lo sabe tratar, ni respetar; ya que es ahí donde usted más debe dar y demostrar su naturaleza diferencial y llena de “muchosidad” – concepto que describe la capacidad para ser nosotros mismos-.

En suma, también tengo que mencionar que temas como el aborto, el consumo de drogas o quizás la diversidad, algo que para muchos resulta una fatalidad y que se atreven a opinar desde lo que para cada uno resulta ser la mal nombrada “normalidad”. Déjenme decirles, mis amigos, que hay cosas que los invito a repensar y no para que usted las haga, sino para que acepte que quizás por pensar y actuar diferente a usted, estos seres humanos no son menos buenos, ni menos valiosos, por tomar decisiones diferentes a las que usted acostumbra tomar.

Se hace necesario que bajemos un poco la guardia y dejemos de estar siempre a la defensiva y, por el contrario, comencemos a pensar desde el lugar de aquel que tiene otra realidad y otras situaciones que le han tocado sortear; y, por si acaso usted tiene ganas de pensar tan siquiera en juzgar, lo invito a que evalúe esa palabra que tanto nos empeñamos en usar: “amor”, como bandera de la humanidad. Y, mucho más aún, si usted algún Dios o creencia promulga, ¿no cree que es una incoherencia pensar en rechazar, en juzgar, excluir o en señalar? ¿Si se habla del Dios que es amor, no cree que otra actitud debería tomar?

Piense, mi amigo, que mi invitación es a reflexionar y que no caigamos en lo que el sistema opresor quiere, que es dividir para gobernar. La mejor forma de hacerlo es que nos ataquemos entre la humanidad, en lugar de buscar entender las razones que cada uno tiene en su propio andar. Y procurar dar la mano a aquel que la vida le ha sido difícil enfrentar. Voltear la cara de las cosas nos lleva a humanizar la vida; siendo más empáticos y sensibles a la vida de los demás, acercando más nuestro corazón y alejando nuestra lengua del mal hablar. Solo cuando logremos hacer eso, sabremos lo que es hacer el amor de verdad, y con todo el mundo que se nos llegue a cruzar.

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