Pero también en esa dirección las alternativas parecen casi infinitas: desde los ideales cívicos del escultor griego, pasando por la interioridad metafísica de la Edad Media hasta la penetración psicológica que se busca desde el Renacimiento. Sin embargo, no pocas veces se hizo notar que el conocimiento de la persona retratada se basaba más bien en lo que sabemos de ella por otros medios, o en interpretaciones no siempre convincentes sobre el significado de un gesto o de un color, el brillo de la mirada o los sutiles movimientos del rostro.
Por eso, ya desde la segunda mitad del siglo 19, y en buena medida bajo el impacto de la fotografía que “dejó sin trabajo” a muchos retratistas, los verdaderos artistas del retrato empezaron a explorar la expresividad de la pintura como un medio para manifestar el impacto que en ellos produce la persona representada. En cierto sentido, si antes pesaba más el personaje, ahora la balanza se inclina hacia el lado del pintor.
Cuando en 1967 Jorge Cárdenas (Santa Rosa de Osos, 1931) pinta su Porfirio Barba Jacob (110 x 78 cm), de la colección del Museo de Antioquia, debe encontrar un camino en medio de una gran cantidad de informaciones y de experiencias. Es importante recordar que no es un retrato realizado “en caliente”, teniendo presente al personaje sino, más bien, una especie de conmemoración; en efecto, Barba Jacob falleció en Ciudad de México a comienzos de 1942 y este óleo sobre lienzo es 25 años posterior.
Por supuesto, el artista pudo hacer uso de las distintas fotografías que se conservan del poeta, sin tener la preocupación de hacer una copia exacta de alguna de ellas sino, más bien, buscando interiorizar su figura y sus actitudes para crear una situación que quizá no se encuentra en ninguna de aquellas fotos. De alguna manera, Jorge Cárdenas pinta su propio Barba Jacob.
Y una situación como esta se carga de múltiples elementos: el hecho de proceder de la misma ciudad y del mismo ambiente cultural del poeta; quizá recuerdos de los primeros contactos con su obra y con su imagen pública en épocas de infancia y juventud; pero, sobre todo, la lectura de sus poemas, la preocupación por conocer su vida, la intuición de haber vislumbrado algunas claves de su interioridad, de sus luchas ideológicas, de sus esfuerzos literarios, de su grandeza humana, de sus dramas personales.
Por eso el pintor, que en muchas otras ocasiones realiza obras de exquisita perfección clásica, asume aquí una actitud expresionista que carga la imagen de significación: el alargamiento desmesurado del cuerpo, la mirada y el gesto todo del rostro, melancólico y dolorido, la penumbra de la cual emerge la luz del poeta, la pincelada cargada de materia y, sobre todo, las manos larguísimas que apenas si logran sostener el papel y la pluma como si la poesía fuera siempre una realidad fugitiva.
Jorge Cárdenas logra entregarnos un Porfirio Barba Jacob vivo; pero no porque reproduzca mejor que nadie sus rasgos, sino porque nos permite aproximarnos al alma del poeta a través de su propia experiencia vital.
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El Centro de Artes de la Universidad EAFIT presenta desde el pasado 22 de septiembre la exposición Jorge Cárdenas: maestro, palabra y obra. Es una oportunidad privilegiada, que no se debe perder, para conocer una gran cantidad de sus obras y de sus procesos de trabajo, percibir la variedad de sus propuestas y aproximarse a su importancia en el contexto del arte regional y nacional.