Cosiaca y la Cátedra Antioquia

El canal de televisión regional Teleantioquia estrenó recientemente la serie Cosiaca, basada en la historia del célebre personaje, llamado realmente José García, quien se presume vivió entre los siglos XIX y XX, y cuya característica principal eran los trucos y artimañas que usaba para engatusar a los demás. La Gobernación de Antioquia también ha decidido derogar una ordenanza del año 2004 para modificarla y retomar la idea de la Cátedra Antioquia, apostándole a fondo a la idea de la “antioqueñidad”.

 Dice el texto de la ordenanza que se entenderá por Cátedra Antioquia “el conjunto de estrategias didácticas y pedagógicas que, articulados de manera técnica y metodológica, contribuyen a la consolidación de una identidad cultural y regional” y entre sus objetivos específicos aparece “la elaboración de contenidos pedagógicos sobre los procesos históricos, personajes relevantes, tradiciones, costumbres y valores que han forjado la identidad del departamento de Antioquia”, verbigracia, Cosiaca.

 Está muy bien conocer nuestra historia y sus personajes. Incluso considero que quienes vivimos las oscuras décadas de los 80 y 90 del siglo pasado debemos dar testimonio a las nuevas generaciones que desconocen el drama que vivimos gracias a la corrupción proveniente del dinero del narcotráfico.

Pero la pregunta que me asalta con Cosiaca y la Cátedra Antioquia no es histórica, sino axiológica. ¿Esos valores que construyeron la antioqueñidad en los siglos pasados son los mismos que necesitamos para el nuevo mundo del siglo XXI? y mi respuesta es no. No son los mismos valores, incluso esos valores anteriores podrían explicar parte de la tragedia social que vivimos a finales del siglo pasado.

 “El vivo vive del bobo”, “no hay que dar papaya”, “el que peca y reza empata”, son solo algunas expresiones que revelan el imaginario del paisa, como un personaje que sabe sacar provecho de los demás. “Consiga plata honradamente mijo, y si no puede, consiga plata” es otra forma de esa misma perspectiva axiológica que posiblemente contribuyó a que en nuestro departamento confluyera lo mejor y lo peor de la industrialización del siglo pasado.

Lo mejor, a través de empresas de vanguardia, que hoy son multilatinas y generan cientos de miles de empleos y lo peor a través del “todo vale” de la industria del tráfico de drogas, que tanta sangre y dolor trajeron a nuestra sociedad y cuyos efectos aún padecemos.

 La idea de la antioqueñidad se desdibuja en el mundo globalizado del siglo XXI. Las montañas que antes marcaban una frontera física ahora desaparecen en una tierra aplanada por las nuevas tecnologías, y la idea del paisa vivo y aventurero da paso a una nueva generación de ciudadanos del mundo cuyos referentes están en todas las latitudes. Ninguna serie de televisión o cátedra puede evitarlo y es torpe intentarlo. No necesitamos seguir honrando “el hacha que mis mayores me dejaron por herencia”, sino prepararnos para dejar una nueva herencia de siembra y cuidado.

No necesitamos regresar al pasado, necesitamos nuevos valores para los nuevos tiempos.

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