Nuestro editorial anterior (edición 686, del 30 de octubre) planteaba que esta votación era la primera prueba de participación democrática con todas las partes interesadas del actual proceso de paz. Y así fue. Lejana parecía la propuesta del NO, sobre todo porque se asociaba a la continuación de la guerra. Elegir SÍ o NO parecía como una disyuntiva entre guerra y paz.
El SÍ celebró (¿con anticipación?) la firma del acuerdo, requisito obvio para la jornada electoral, como si ya fuera un final de esa etapa. SÍ y NO apelaron a la emoción del miedo. El triunfo del contrario llevaría al país a un nuevo horror. A los ciudadanos los mueven emociones, sentimientos, líderes, pero también una capacidad muchas veces menospreciada de entendimiento y valoración: pueden formarse su propia opinión. Y así quedó evidenciado.
El resultado del NO a la refrendación del acuerdo, demostró que hay decisiones de los ciudadanos y dentro de la institucionalidad, que expresan diferencia de pensamiento y que deben ser escuchadas y en lo posible incluidas.
Afortunadamente surgió lo impensable desde la razón: desde el momento de los resultados hay una sensación de esperanza, la posibilidad de salir de la polarización y pasar al entendimiento. Todos guiados por un noble objetivo: alcanzar la paz. Obliga al SÍ y obliga al NO a dejar la argumentación desde el miedo.
Antioquia y Medellín marcaron una importante diferencia numérica de apoyo al NO, lo que genera responsabilidad en este momento histórico: aceptar y demostrar que se puede pensar diferente sin enfrentamientos. Los votos no necesariamente reflejan la adhesión ciega a los argumentos de los líderes.
Ojalá se avance por un camino de reconciliación que en últimas determinan un puñado de hombres cuyo liderazgo les ha puesto esta difícil tarea. Ojalá tengan la grandeza suficiente para escuchar el clamor unánime: todos los colombianos quieren vivir en un país en paz, sin miedo: con oportunidades para todos, con acceso a las condiciones básicas para desarrollarse como seres humanos, con estabilidad económica, justicia, sin (“tanta”) corrupción.
Finalmente, ningún ciudadano ni grupo tienen la verdad absoluta. Descalificar formas de pensar se debería transformar en una campaña de comprensión por Colombia como una sociedad con grandes limitaciones, que está empezando a recorrer un camino de civilidad que hace muchos años y después de duras luchas y guerras, han dejado atrás las sociedades que hoy se desarrollan basadas en la opinión de mayorías con necesidades básicas satisfechas, educadas, cultas. Unir los esfuerzos y avanzar por este camino iniciado es una obligación de todos.