IA: ¿para todos o solo para unos pocos?

Hace unos años, hablar de inteligencia artificial (IA) sonaba a ciencia ficción. Hoy, es una herramienta que transforma industrias, reinventa profesiones y se cuela, silenciosa pero firme, en la vida cotidiana de millones. Pero en ese boom tecnológico, también hay una gran pregunta: ¿quiénes están realmente aprovechando la IA? ¿Y quiénes se están quedando por fuera?

En Colombia, y en buena parte de América Latina, las startups y pymes representan más del 90 % del tejido empresarial. Son el corazón económico del país, el primer generador de empleo formal y muchas veces, el rostro más visible de la resiliencia. Pero, cuando hablamos de transformación digital y, en particular, de adopción de IA, la distancia entre el discurso y la realidad es abismal. Mientras algunas empresas ya usan IA para automatizar procesos, anticipar comportamientos del consumidor o gestionar riesgos, muchas otras ni siquiera han digitalizado su operación básica.

Y no es por falta de interés. Es por falta de acceso.

Hablar de IA en una pyme no puede ser una conversación solo sobre algoritmos. Tiene que ser también una conversación sobre conectividad, financiación, acompañamiento y tiempo. Porque muchas veces, el obstáculo no es técnico, sino práctico: ¿cómo adopta una ferretería de barrio o una tienda de barrio una herramienta que ni siquiera sabe que existe? ¿Cómo prioriza un emprendedor de Urabá la implementación de IA si aún lucha con la facturación electrónica o con entender una resolución de la DIAN?

Implementar IA no es solo “meterle ChatGPT a la operación”. Requiere infraestructura, talento, recursos y, sobre todo, una cultura de experimentación que muchas veces se ve limitada por el día a día: por las ventas del mes, por el IVA del viernes, por la urgencia de sobrevivir.

Por eso, la inclusión tecnológica deja de ser un lujo o una opción. Se vuelve una urgencia. Si no cerramos esa brecha, corremos el riesgo de que la inteligencia artificial amplíe aún más las desigualdades entre empresas grandes y pequeñas, entre ciudades y regiones, entre quienes pueden pagar por innovación y quienes no.

¿Qué necesitamos entonces?

Primero, bajar a la IA del pedestal. Dejar de hablar de ella como si fuera un privilegio exclusivo de Silicon Valley, y empezar a verla como una herramienta al servicio de todos. Desde un restaurante que automatiza su inventario, hasta un agricultor que usa predicción climática para decidir cuándo sembrar.

Segundo, construir capacidades. No basta con dar acceso a herramientas: hay que formar, acompañar, traducir la tecnología al lenguaje de cada empresa. La alfabetización digital debe ser tan prioritaria como la financiera o la legal. Y esto implica incluir a universidades, gremios, centros de desarrollo empresarial y al Estado, todos empujando en la misma dirección.

Tercero, promover políticas públicas que impulsen esta transformación. Incentivos fiscales, créditos blandos para adopción tecnológica, formación técnica en IA para jóvenes en regiones, pilotos con impacto social. La revolución no puede quedarse en los centros de innovación de las grandes ciudades.

Porque la verdadera transformación digital no es la que llega a unos pocos. Es la que se extiende, conecta, democratiza oportunidades. Y ahí, la IA puede ser un gran igualador… o un gran separador.

Dependerá de lo que hagamos hoy.

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