El disenso tiene una dimensión ética que pasa por el respeto del opositor. No se construye cultura ciudadana si se interpretan de mala fe sus planteamientos o se retuercen para que sea fácil controvertirlos. Algo va de considerar equivocada la posición del otro, al insulto, la afrenta personal o el calificativo de apátrida por defender otras convicciones. Esa mínima norma de convivencia debería convocarnos. Oír sin reflexionar es una ocupación inútil decía Confucio, hace 2.500 años. Cuánto ganaríamos en civilidad si las opciones que se someten a nuestra consideración representaran modelos políticos, económicos y sociales diferentes. Una oposición política real enfrenta visiones de país y no egos ni rencores personales como los que ahora presenciamos los colombianos.
Por más malabares verbales que se hagan para magnificar diferencias, la polarización frente al plebiscito no se compadece con la precariedad de las discrepancias de fondo entre las visiones políticas en contienda. Lo que tendría que preocuparnos como sociedad es la negación de oportunidades a la diversidad, esencia misma de la democracia.
Con o sin los acuerdos de La Habana, la paz exige enfrentar nuestros problemas reales: la injusticia, la inequidad, la corrupción, el acceso a la tierra. Perder el contexto, enredarse en discusiones sobre el alcance de un parágrafo, desvía la discusión y pone la lupa en las consecuencias y no en las causas.
No es propiamente motivo de orgullo que aquello que la comunidad internacional aplaude, a nosotros nos divida con tanto encono. Que el disenso se manifieste no en el modelo de país que queremos construir y respecto al cual tendría todo sentido discrepar, sino en la desactivación de un factor de perturbación que nos ha agobiado por años. No permitamos la prolongación del sufrimiento del pueblo colombiano tanto por el conflicto en sí como por la postergación de la solución de sus necesidades.
El texto del acuerdo plebiscitario se puede leer desde el miedo o desde la confianza, desde la buena fe o desde la trampa escondida, desde el futuro posible o desde el pasado añorado, desde la tolerancia o desde la intransigencia. Dijo Gaitán en su Oración por la paz, en febrero de 1948: “Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio”.
Toda negociación implica ponerse el sombrero del otro y demanda sacrificios. Una lectura integral del acuerdo tendría que reconocer la seriedad con la cual se abordaron temas tan sensibles. Se trataba de encontrar un acuerdo posible, no uno perfecto. Con uno u otro texto, siempre habrá quien considere que se puede hacer mejor.
Tener la oportunidad de votar debería congratularnos como sociedad. Ojala esa posibilidad hubiese existido en procesos anteriores. Hay un país posible por encima de enemistades personales de exaliados y de un mal gobernante como Santos, al cual se le debería reconocer el mérito de convocar un plebiscito que desde el punto de vista legal es innecesario, porque buscar la paz es un mandato constitucional.
La propia izquierda, que defiende un proyecto de país radicalmente distinto, da una lección de madurez política al acompañar el SI, no para avalar la gestión de un gobierno que no apoya, sino porque entiende los beneficios de la convivencia civilizada de ideas diferentes.
Para evitar un nuevo ciclo de violencia valdría la pena suscribir un pacto mínimo entre tanta gente recta que defiende una u otra opción: aceptar sin reticencias el resultado de las urnas y dejar de ver como enemigo a quien reconoce que su lucha estaba equivocada. La democracia consiste en honrar la voluntad de las mayorías sin sacrificar los derechos de las minorías.
Un triunfo del SI demandará el concurso ciudadano para vigilar la implementación de los acuerdos. De ello dependerá la paz. Si gana el NO, tendremos el derecho de exigir la solución distinta que se nos ofrece como alternativa.
A los que temen a la verdad, a los que se santiguan ante el diferente, a los que confunden justicia con venganza, a los que ofenden la inteligencia con augurios apocalípticos que no resisten mayor análisis, habría que recordarles que la paz es una actitud, que paz y patria son palabras sinónimas en las cuales cabemos todos y que son los votos los que avalan o rechazan un proyecto político.
Entre tanto, quizás convenga ponernos de acuerdo en lo que entendemos por paz y por patria. Sería un buen punto de partida.