“Orgulloso, soy atrateño”, dice una de las primeras letras escritas por Jairo Varela, mucho antes de conformar su Grupo Niche. La escuché con detenimiento, por primera vez, en el concierto Niche sinfónico. Una producción de esta banda salsera y la Orquesta Sinfónica de Colombia para celebrar su legado musical de más de 40 años. Cuando Jairo Varela nació, en 1949, no existía tal cosa como ser “atrateño”, oficialmente. Él nació en Quibdó y, el municipio del Atrato, Chocó, empezó a existir administrativamente en los 90, cuando ya en muchos lugares de Colombia y del mundo se bailaba y, seguramente, también se derramaban algunas lágrimas de añoranza, al escuchar la canción Atrateño…
/ Ancho y caudaloso pasas. Lento, en tu viaje retratas el dolor que injusto llevas, poco a poco hasta el mar, /
/ ¿Por qué no tú?, ¿por qué no yo?; hijos del mismo Citará, /
/ ¡Ay, de esta tierra me siento dueño! La vida nos separó ¡cuánto te extraño, mi Atrato viajero! /
Varela, claramente, no hablaba de un municipio o de un departamento; hablaba de un lugar mayor, el Río Atrato y toda su región de influencia. La canción menciona barrios, quebradas, montañas, fauna, flora y hasta costumbres, que se encuentran desde el nacimiento del río, en el municipio de El Carmen de Atrato, hasta su desembocadura en el Golfo de Urabá. Este Atrato que menciona Varela, también pareciera un lugar imaginario, intangible, compuesto por las narraciones, la cultura y la identidad de las personas originarias de esa región, incluso si ya no están físicamente allí; como un fenómeno de interdependencia eterna, entre las personas y el territorio. Axel Honneth, filósofo alemán, explica la alta dependencia que tienen la identidad individual y las relaciones con los otros y con lo otro; de ahí, me gusta imaginarme que, si al Río Atrato también lo consideramos un sujeto, “lo otro”; entonces, eso de “ser atrateño” tiene sentido en la filosofía. ¿Será que Varela compartía escuela filosófica con Honneth? No lo descartemos, hasta nacieron el mismo año.
Yo no soy atrateño, pero esa letra me conmovió, por su forma tan bella de expresar el sentido de pertenencia, la sensación de que un territorio es mío y de que yo soy de un territorio, similar al concepto africano Ubuntu: soy porque somos. Pienso en mi hermano y en todos los migrantes, que al viajar también modifican su propia identidad y, en parte, nuestra identidad colectiva, ese territorio imaginario con el que nos identificamos sus seres cercanos; pues, ahora, cuando pensamos “¿quién soy yo?” o “¿qué soy yo?”, nos respondemos algo diferente, porque antes había un entramado infinito de ideas, en las que estaban ellos/as en un contexto determinado que ahora ha cambiado con su ausencia.
Nuestra identidad está construyéndose permanentemente, no solo por las personas que llegan o se van, sino por todos los cambios en el contexto y en nuestras relaciones con los demás. Aun así, podemos preguntarnos por las cosas que permanecen. Hace poco, por ejemplo, tuve un evento que me recordó un bloque fundamental de mi identidad: leía la novela Adiós, pero conmigo de Juan Diego Mejía, allí el autor describe la época de sus personajes estudiando en la Universidad Nacional; los pasillos, los balcones, los profesores, las clases, la Cafetería Central, las caminatas entre los bloques; para mí fue un ejercicio de expansión de la consciencia, pues reviví mis propios momentos en esos mismos espacios. Recordé que allí también descubrí el conocimiento, la verdadera amistad, el amor y la muerte de los seres queridos. Al leer su novela encontré una parte de mi “Atrato”, ¡Orgulloso, soy de la Nacho!
¿Cuáles son los bloques de tu identidad? ¿Cuál es tu Río Atrato? ¿Cuál es ese territorio que te pertenece y al que tú perteneces? Que estas reflexiones te traigan gratitud por el camino recorrido y comprensión de esa anotación de Marco Aurelio:
“Las cosas pasan de la mejor manera que pueden pasar”.