Clemenceau, primer ministro francés, interpretó ese sentimiento. Durante todo el proceso de redacción del Tratado de Paz que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, su posición fue la más dura de todas. Y era explicable.
Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, tuvo una posición más moderada, también explicable: su país no había sido invadido y sus intereses geoestratégicos eran distintos. Salió un tratado suscrito por todos los Aliados, resultado de la conciliación de posiciones entre Francia, Inglaterra y Estados Unidos, las grandes potencias vencedoras. El Tigre Clemenceau, que así se le conocía, había conseguido mucho de lo que pretendía… Alemania no participó de las conversaciones. O firmaba el Tratado, o al día siguiente se reiniciaba la guerra. Fue un diktat. Alemania firmó.
El Tratado de Versalles fue suscrito el 28 de junio de 1919. Escoger el Palacio de Versalles para su firma no fue un hecho fortuito. En ese mismo lugar Francia había sido humillada por Bismarck en 1871. Allí, en ese año, se había proclamado el Imperio Alemán, en una Francia ocupada y vencida por los alemanes en la guerra franco-prusiana. Se trataba de devolver la humillación.
Pero la humillación no se limitaba al lugar. El Tratado se proponía poner de rodillas a Alemania y condenarla al atraso, para que nunca más volviera a ser una amenaza. Por lo menos esto era lo que se pensaba. Alemania se debía declarar única responsable de la guerra y, entre otras muchas obligaciones, establecía la entrega de territorios, el desmonte de buena parte de la infraestructura industrial y el pago de reparaciones de guerra impagables por su cuantía. Al día siguiente de la firma del Tratado, Alemania declaró día de luto nacional.
Fue un pésimo manejo de la victoria. Menos de cinco años después se destacaba en el escenario político alemán un personaje llamado Adolfo Hitler, quien con su verbo incendiario interpretaba los sentimientos de frustración y rabia de un país al que los vencedores habían despojado de su futuro. Paulatinamente fue reuniendo las mayorías alrededor de los postulados de la nueva agrupación: el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. En 1933 fue nombrado Canciller y rápidamente se hizo al poder total. En 1939 invadió a Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. París fue ocupada por las tropas alemanas en junio de 1940.
La Segunda Guerra ha sido la tragedia más grande de la historia: más de cincuenta millones de muertos y Europa entera destruida.
En las sucesivas guerras que involucraron a Francia y Alemania, hubo una constante: el pésimo manejo de la victoria por parte de cada una de ellas. En todos los casos el vencedor lo que buscaba era el castigo por lo pasado, no el equilibrio hacia el futuro. Tuvieron que pasar muchos muertos, mutilados y huérfanos, para que Francia y Alemania pudieran vivir en paz.
La Historia nos deja sus enseñanzas: finalmente son decisiones humanas las que están en el origen de las tragedias que viven las naciones.
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