En 1900, la esperanza de vida promedio era de 31 años. Hoy, un niño nacido en Medellín puede esperar vivir 80 años. Pero, ¿y si te dijera que los avances en HealthTech – Tecnología de la Salud- podrían empujar ese límite a 120 años o más? No es ciencia ficción, es la promesa que resonó en el European HealthTech Forum, el pasado mes de abril, en el que científicos, emprendedores y fondos de inversión debatieron cómo la tecnología está redefiniendo la longevidad. La pregunta incómoda no es “sí” llegaremos allí, sino “cómo”. Y la respuesta está en la convergencia entre tecnología de punta y mentalidad disruptiva.
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Como datos provocadores, hoy en día vemos cómo se aborda el envejecimiento como una enfermedad, tanto que la FDA – La Administración de Alimentos y Medicamentos, por sus siglas en inglés- ya lo clasifica como “condición tratable”; abriendo así puertas a empresas como BioAge Labs, que tiene fármacos en fase 3 para revertir la edad muscular en humanos. También, observamos cómo la tecnología, específicamente la IA, permite hackear nuestra biología, tal como lo hacen startups como Insilico Medicine, usando inteligencia artificial para diseñar moléculas antienvejecimiento en 21 días (antes tomaba 5 años). Además, la IA hoy nos ayuda a “predecir tu muerte para evitarla”.
Y, sé que suena un poco desafiante, pero hoy startups como DeepLongevity usan algoritmos para analizar tus biomarcadores y predecir, con un 80 % de precisión, cuánto te queda de vida y cómo poder extenderla. Ahora, con esta información, que ya es una realidad, imagina un futuro completamente personalizado donde tu “gemelo digital” médico, un avatar en 3D, simula cómo envejeces, probando terapias antes de que las necesites.
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Por lo tanto, ya no hay duda de si seremos capaces de extender la vida, porque las pruebas indican que ya lo estamos haciendo gracias a la convergencia de tecnologías. Ahora, el gran dilema es qué queremos: ¿una vida larga o una vida plena? Tony Robbins lo resume mejor:
“Vivir más sin vitalidad es una condena, no un regalo”.
La solución a este dilema es adoptar un enfoque de “Healthspan” (años saludables) en lugar de “Lifespan” (esperanza de vida), porque ¿de qué sirve llegar a 120 años si los últimos 40 los pasas en una cama, conectado a máquinas? Otro punto importante que surge es cómo lograr democratizar la longevidad, ya que un tratamiento antienvejecimiento hoy puede costar $20.000 dólares al año aproximadamente.
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Entonces, ¿solo los ricos merecen vivir más? ¿Cómo evitar que la longevidad sea un privilegio? La apuesta debe ser por una tecnología accesible, desde apps de monitoreo hasta terapias génicas democratizadas. Y en esta misma línea, así como es importante incrementar el “Healthspan”, también lo es abordar la gran pregunta trascendental de vivir con propósito, alcanzando una vida plena y que nos llene, que no sólo consista en trabajar como autómatas. Y aquí entra Peter Attia, que nos ilustra cómo “la longevidad sin libertad financiera es una jaula dorada”.
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Viviremos más. Eso es inevitable. La pregunta real es: ¿usarás esos años extra para hacer lo que te llena o para ver Netflix en un asilo de lujo? ¿Para trabajar hasta los 90, o para viajar, crear y conectar?
La verdadera disrupción no es científica, sino cultural.