En un mundo donde los algoritmos crean narrativas y las respuestas se encuentran en una pequeña pantalla, las bibliotecas parecen comunicarse en voz baja en lugar de hacerlo ruidosamente. Muchos piensan que están desfasadas, obsolescencias en medio del bullicio tecnológico… pero, ¿y si son precisamente lo que el ruido no logra silenciar?

Actualmente, si le preguntamos a un público general: ¿cuándo fue la última vez que visitó una biblioteca?, la mayoría diría que no lo recuerda, incluso que la última vez que pisó una, fue en su época escolar. Esto muestra un panorama lamentable del olvido hacia lugares que aportan cultura y conocimiento, pero que hemos dejado de lado en nuestra vida diaria.
Opiniones generales se basan en que, en la época actual, donde la información está a un clic de distancia y la mayoría de la población lleva en sus bolsillos o muñecas un buscador de Google, las bibliotecas ya no tienen ningún sentido; son estructuras vacías que desaprovechan espacios para usos más contemporáneos. Pero esas opiniones no son conscientes de que las bibliotecas no son solo espacios que guardan libros: son espacios que democratizan la información, reduciendo los sesgos y acortando brechas sociales; lugares donde las personas menos favorecidas, mediante el conocimiento y la cultura, tienen la oportunidad de mejorar su situación actual, son espacios que se han adaptado, donde se cuenta con tecnología, internet, bases de datos, bibliotecarios con labores que van más allá de pedir silencio y orden, sino que actúan como guías para brindar y guiar hacia el conocimiento y la autodeterminación.
En una actualidad, cuando la norma es estar rodeados de noticias falsas, teorías con poco fundamento e información que llega a ser difícil de digerir, en un mundo que se mueve con gran rapidez, donde no tenemos tiempo de detenernos, contrastar, entender, están las bibliotecas, lugares seguros en los que la información se selecciona con cuidado, regida por criterios de objetividad y veracidad. A diferencia de plataformas digitales, en las bibliotecas podemos confiar en lo que leemos, ya que estas no responden a algoritmos que buscan retener nuestro tiempo ni a intereses particulares, son veracidad en la incertidumbre.
Por eso, es momento de que, como sociedad, nos demos a la tarea de redescubrir las bibliotecas, de tomarnos sus espacios para nuestro disfrute, para encontrar la calma y el respiro que muchos buscan y que tantos necesitan. Es momento de aprovechar sus espacios y cultura, de ir a sus clubes de lectura, archivos fotográficos, es momento de utilizar estos espacios para investigar con datos confiables, donde las fuentes verídicas son el estándar, evitando así caer en sesgos que nos vuelven más ignorantes y llevados de nuestro parecer. Es momento de no dejar morir estos espacios que tanto nos aportan y nos hacen avanzar como sociedad, ya que estos han sido parte de nuestro pasado, permanecen en nuestro presente y, siendo optimistas, serán pilar fundamental de nuestro futuro.
Nuestro futuro sigue latiendo, lento pero firme, entre estanterías que huelen a papel y memoria. Redescubrir las bibliotecas no es volver atrás: es recordar que el conocimiento profundo necesita silencio, pausa y, sobre todo, humanidad. Porque en tiempos de respuestas inmediatas, las bibliotecas siguen siendo refugios donde las buenas preguntas encuentran espacio para nacer.