El segundo cuarto

El primer cuarto de siglo da la sensación de haber transcurrido de manera imperceptible, pero tratándose de la edad, el segundo cuarto, los 50 años, van dejando su huella. Recientemente, una amiga cruzó ese umbral; y, aunque hace algunos años (tampoco tantos) yo lo había cruzado, caí en cuenta de ciertas particularidades en esta etapa de la vida.

Comienzan a notarse cambios en diferentes aspectos:

La duración de las citas médicas se extiende un poco más, especialmente si se trata de una cita por primera vez con un profesional de la salud. Antes, a la pregunta: ¿qué cirugías ha tenido?Respondía uno rapidísimo, si acaso la extracción de las amígdalas y alguna que otra intervención menor. Luego de los 50, la lista comienza a extenderse y casi que hay que llevarla por escrito para no omitir algún detalle.

Antes de un viaje, ya fuera propio o de algún conocido que amablemente preguntaba: ¿se te ofrece algo que pueda traerte?Si no habíamos llegado a la edad en mención, nos entusiasmábamos con algún objeto de última tecnología o de moda. Cruzado el umbral de los 50, agradecemos infinitamente si nos pueden traer las vitaminas que ahora estamos tomando, el súper magnesio (porque “sale más barato allá”, aún con el precio del dólar, pues trae más cantidad), y las cremas y demás tratamientos para el cuidado de la piel.

La rutina de ejercicios no se escapa a la llegada del segundo cuarto de vida. Antes, tanto hombres como mujeres buscaban tener unos músculos bien definidos (usualmente para los primeros, un abdomen marcado, estilo Mo Salah el delantero del Liverpool, mientras que para las mujeres no podían faltar los ejercicios para levantar la cola, afirmar el pecho y sacar cintura). Después de los 50, buscamos ejercicios para fortalecer los huesos, evitar la pérdida de masa muscular y fomentar el equilibrio, pues una caída puede tener consecuencias incapacitantes; al fin y al cabo, es el momento de reconocer que ya no fuimos supermodelos y tampoco vamos a concursar en Miss cincuenta y algo. Nos vemos tentados a ensayar esos ejercicios de yoga en silla que salen por montones en las redes sociales y que prometen resultados con retos que van entre 12 y 28 días.

Pero, atravesar ese umbral también puede traer cosas maravillosas. Es muy probable que, al menos profesionalmente, ya se hayan logrado las metas trazadas y se puedan explorar otros horizontes, dejando atrás el estrés y el acelere propios de los años de mayor desempeño profesional, y si bien en ocasiones, las circunstancias de la vida hacen que, de la noche a la mañana, cambien los planes a futuro, poco a poco, día a día, se pueden ir encontrando nuevos caminos. Importa menos (o no importa en absoluto) el “qué dirán”, y se siente un alivio al no tener que estar dando explicaciones ni justificaciones por las decisiones tomadas.

Se retoman aficiones que habían quedado en pausa por varios años y se descubren aptitudes que desconocíamos poseer. En su charla de TED: Nunca es demasiado tarde (“It’s never too late”,  Dilys Price, una mujer galesa que a sus ochenta años obtuvo el récord como la persona de mayor edad en practicar Skydiving, cuenta que incursionó en este deporte extremo a los 54 años. Mediante sus saltos, recaudaba fondos para la fundación creada por ella misma, dedicada a apoyar personas con serias discapacidades y dificultad de interacción y movimiento, lo que la hizo merecedora del OBE (Order of the British Empire), uno de los mayores reconocimientos otorgados en el Reino Unido. La escritora española Julia Navarro ha escrito sus libros más exitosos después de haber llegado a los cincuenta.

Se retoma el contacto con esas amistades con quienes antes era difícil coordinar, aunque fuera para tomar un café. Y es que en esta etapa sí que se torna relevante la interacción social. En el documental de Netflix Live to 100: Secrets of the Blue Zones el autor, Dan Buettner, expone cómo uno de los factores que tienen en común las denominadas “Zonas Azules” (aquéllos lugares del mundo donde las personas tienen mayor longevidad, viviendo hasta los cien años o inclusive más, en muy buenas condiciones anímicas y de salud), las conexiones sociales y el arraigo con la comunidad son determinantes para una vida más larga, saludable y feliz (junto con una dieta baja en alimentos procesados y un día a día con mayor actividad física, entre otros). Tanto en Okinawa (Japón), como en Cerdeña (Italia), Ikaria (Grecia) y Nicoya en Costa Rica, los testimonios de las personas coinciden en afirmar que la interacción con los amigos y la familia les sigue dando un sentido a sus vidas.

Esta etapa también llega con responsabilidades: los que tenemos la fortuna de contar aún con los padres (o al menos con alguno de ellos), pasamos a ser su gran soporte; la compañía y cuidados que podamos brindarles pueden ser determinantes para su bienestar en el otoño de sus vidas, como bien lo expone Fernando Roca en su libro ¡Ahora soy Papá de mis Papás! El sentido de solidaridad también se despierta en esta etapa, cuando nos volvemos más conscientes de las necesidades de otros y podemos colaborar con múltiples causas, que nos permiten retornar un poco los beneficios que hemos recibido hasta ahora.

Tenemos un amigo que dice que “ya estamos en la edad del fulminante”, y otra que dice que “no hay que andar contando la edad a todo el mundo”, pero creo que cruzar el umbral de los 50 tiene mucho más de positivo que de negativo; al final todo dependerá de los ojos con que se mire. No hay que batir récords ni escribir libros con éxitos en ventas, definitivamente no es el fin del mundo, y divinamente podríamos decir que los cincuenta son los nuevos 30.

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