¿El vaso medio lleno o medio vacío?

*Por: Luisa Fernanda Sierra García

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*Por: Luisa Fernanda Sierra García

En realidad, la lucha no es por ser optimista o pesimista, sino, entre tanto caos y azares de la vida, tener la habilidad de reinventarnos para hallar el equilibrio en nuestro día a día.

Ocho años se demoró el director australiano Adam Elliot en terminar Memorias de un Caracol, y no solo por la técnica que usó: stop-motion (en la cual es experto haciendo sentir vivo cada personaje), sino por darse su espacio para contar una historia con giros de trama tan sencillos como complejos, y tan ficticios como reales.

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¿Una paradoja, no? ¿Cómo algo ficticio puede ser real? ¿Cómo algo sencillo también es complejo? Esa es la magia del séptimo arte, envolverte de tal forma que la historia que alguien se inventó pueda coincidir perfectamente con tu vida, y no precisamente por las situaciones, sino por lo que estas circunstancias apartadas a ti te hacen sentir.

La trama

En esta historia seguimos la vida de Grace, una chica obsesionada con los caracoles y las novelas románticas, cuya vida se desmorona tras la pérdida de su padre. A lo largo de la película, vamos viendo una serie de acontecimientos catastróficos, por no decir más, que llevan a Grace a hundirse en una espiral de ansiedad y angustia hasta que conoce a una excéntrica anciana amante de la vida: Pinky, quien la ayuda a usar sus ojos de esperanza y valentía para afrontar y decidir por fin en su vida.

¿Suena a algo común? Sí. ¿Quién no ha sufrido el desgarrante dolor de una pérdida? ¿Quién no ha tenido episodios de ansiedad? ¿Quién no se ha sentido perdido alguna vez en su vida? Esta es una historia simple, que es capaz de traspasar capas, personalidades y realidades por lo profundo y real de su trama, tan hermosa como angustiante.

Me atrevería a decir que aquí la verdadera protagonista no es Grace, es Pinky, la anciana que en medio de su demencia nos hace preguntarnos dónde estamos y para dónde vamos, quien le da al espectador una dosis precisa de humor y realidad, invitándonos a cuestionarnos si en realidad paramos en medio de tanto caos a disfrutarnos los pequeños placeres de la vida.

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Bien decía Gabriel García Márquez: “Siempre vale la pena volver a empezar, una y mil veces, mientras uno esté vivo”, y pareciera que Pinky era una fiel seguidora de Gabo, al vivir bajo esa premisa e inculcarle a Grace el poder de reinventarse, pese a los dolores, el fracaso y el rechazo.

Una historia viva

El peculiar estilo de Elliot le impregna al largometraje una esencia viva en sí misma, desde los detalles de cada movimiento, el color, los escenarios y la profundidad de cada personaje, hasta las características extrañamente puntuales que le da a cada ser inanimado para hacer sentir real su existencia.

“Hay algo muy mágico en ver a estos personajes existiendo, y eso es consecuencia, no solo del estilo de animación, sino de las cualidades específicas que se le da a cada personaje: sus gustos, miedos, aficiones, antecedentes… todo es muy específico hasta casi rayar en lo excéntrico y pasa con cada personaje de cada película de este director, quien tiene un cuaderno donde anota cosas peculiares que nota de la gente y a la hora de hacer un proyecto le pone 12 cualidades de esas a cada personajes, por eso se sienten complejos desde que se presentan”,

dijo Javier Ibarreche, comentarista de cine mexicano, tras entrevistar a Elliot. 

Esta historia es dolorosa, nos pone de frente y sin anestesia a compartir junto con Grace la muerte, la pérdida, el sufrimiento, la soledad, el engaño y la desilución. Pero entre tanta desgracia y tanto: “¡Ya, por favor! que no pase una tragedia más”, Elliot nos regala un atajo a las emociones y nos plantea un súper poder, y es el de la decisión y la esperanza. Porque por más que el vaso se vea medio vacío, siempre hay una forma de hacer que se vea medio lleno, y eso solo está en nosotros, en los pasos que demos hacia adelante.

“Esta caricia espiritual en forma de película va toda encerrada en la forma de un caracol, los introvertidos del mundo animal, como la protagonista, cuyo caparazón hace una espiral como el de la misma película. Desde la estructura narrativa es una historia cíclica, pero que cada vez profundiza un poco más en sí misma”,

comentó Ibarreche.

Al igual que Grace, en el mundo todos somos sobrevivientes de algo, y como dijo Pinky: “las peores jaulas son las que construimos para nosotros mismos”, jaulas que nunca han estado cerradas, pero que nuestros propios miedos nos han obligado a ver lo contrario y solo está en nosotros atrevernos a ser libres, soltando el pasado para luchar de frente siendo valientes, porque a veces perder es el único camino para crecer. Toda una dosis de terapia hecha cine.

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