Por Daniel Palacio Tamayo
Aunque los expertos aseguran que solo se ha explorado un 30 por ciento del potencial que podría tener el lugar, han encontrado en una profundidad que va entre los 50 centímetros y el metro cuarenta vasijas elaboradas en barro con el estilo de marrón inciso que data entre unos mil quinientos y dos mil años antes del presente. Sin embargo lo más valioso encontrado en el lugar es un “sitio para el tratamiento del cuerpo”, asegura Godoy, quien recuerda que antes se habían encontrado vasijas con restos óseos, pero nunca “el lugar donde se cremaban los cuerpos, eso nos muestra una parte de la cadena que no habíamos visto antes”.
Los huesos hallados tienen marcas particulares y un reducido tamaño en forma circular que es muestra fehaciente que el hueso fue expuesto al fuego aún con tejidos blandos, por lo que lo único que queda de los mismos es el depósito de calcio. No descartan que en el lugar también haya restos de animales que les podría dar nociones sobre la importancia y el valor simbólico que esa comunidad le daba a la fauna.
En cuanto a las urnas crematorias, los antropólogos tienen como hipótesis de que el lugar fue sellado, pues después de un último evento se depositaron “con mucho cuidado” otras vasijas que según Diez pudieron tener una connotación particular, dada su elaboración especial. Diez adelanta que han encontrado 20 vasijas desde pequeñas hasta de gran tamaño en forma subglobular, zoomorfa y fitomorfa.
La sorpresa mayor podría venir de lo que se encuentre al interior de las vasijas. Entre las que se han examinado preliminarmente aseguran los expertos han encontrado macrorrestos botánicos como un carbón al parecer correspondiente al tronco de una palma, frutos y hasta una posible hoja de coca que sería la evidencia de similitudes en sus rituales con otras comunidades indígenas que aún perduran. Igualmente podrían hallarse otras piezas que brillen sobre la historia de ese asentamiento.
“Acá estamos indagando a un sitio arqueológico y rescatando elementos que son analizables. Después en laboratorio la vamos a terminar de analizar y a obtener más respuestas”, aseguran Diez y Godoy, quienes esperan el apoyo necesario para continuar con las labores que les permitan identificar científicamente aspectos como si esos asentamientos se dedicaban a la minería, orfebrería o cómo eran las ofrendas a la madre tierra sus rituales fundacionales o sobre la muerte.
En el 30% explorado en la etapa de campo a la fecha se han invertido unos 100 millones de pesos, pero advierte Diez que “faltan la etapa de laboratorio y otros análisis especializados, la restauración de las piezas y buscar cómo se le va a llevar este hallazgo a la gente de una forma amena y que garantice su conservación”.
“Es un sitio único con evidencias y contextos únicos”, plantea Godoy quien opina que no se tendría que justificar la verdadera importancia de tal hallazgo, que por sí mismo muestra su magnitud no sólo para los arqueólogos sino para quienes viven en el Valle de Aburrá.
“Es una oportunidad de abrir una ventana al pasado”, dice, e igual reconoce que mucha de esa historia quedará enterrada debido al crecimiento urbano, pues ese mismo asentamiento se pudo extender un poco más de donde está actualmente la calle 10.