Hace un tiempo estuve en un grupo de chat con muchos empresarios/as, especialmente de Antioquia. En ese grupo se promovían eventos de conexión, conferencias, contenido muy valioso para quienes estamos recorriendo este camino del empresarismo. Algunos miembros también compartían, de vez en cuando, imágenes y textos con opiniones en contra del gobierno actual de Colombia. En alguna ocasión, cuestioné uno de esos mensajes, quería saber los fundamentos que sustentaban esa afirmación para informarme lo mejor posible y, así, construir una opinión que sumara a mi forma de participar políticamente.
Los fundamentos nunca llegaron, pero sí llegaron ataques; percibí que estaba cuestionando una verdad absoluta: “los empresarios deben estar en contra del gobierno actual”, un enunciado de esos que hay que creer para poder pertenecer, la definición de un dogma. Me pareció normal, muchas comunidades que han prosperado a lo largo de la historia de la humanidad se basan en dogmas, verdades breves que son fáciles de difundir masivamente sin mucha explicación. Estos mitos que pasan de boca en boca son los que han permitido que grandes grupos de seres humanos se cohesionen y trabajen por un propósito común o en contra de un enemigo común. Como lo expresó Yuval Harari en su serie Sapiens, “las ficciones son las que permiten que millones de seres humanos cooperen”. El problema de los dogmas es que esconden de la mirada un espectro enorme de contextos y relaciones que anteceden a una situación; ubican la consciencia en un extremo donde hay solo unas pocas causas posibles y, así, nos impulsan a vivir como unos actores de visión corta, que consideran una porción muy pequeña de la realidad. ¿Qué habrá en esa otra porción? ¿De qué otros universos me pierdo al vivir parado en un extremo?
Sigo con la anécdota. Recuerdo que, en un intento de uno de los participantes de ese chat por explicarse el hecho de que yo cuestionara el primer dogma, me preguntó en qué universidad había estudiado mi pregrado, cuando respondí que en la Universidad Nacional de Colombia salió otro dogma a la luz: “ah, claro, es que las universidades públicas solo producen mentalidades de izquierda”. Salí del grupo muy rápidamente, casi sin darme cuenta, y nunca pude contarles a esos colegas empresarios que Álvaro Uribe Vélez estudió su pregrado en la Universidad de Antioquia (pública), mientras que Gustavo Petro lo estudió en El Externado de Colombia (privada). Me hubiera gustado ver el resultado de esa discusión.
Guardo la historia como un momento muy valioso, pues me ayuda a explicar que hay un método para expandir la consciencia que inicia por ser genuinamente curioso. Se trata de obtener la mayor cantidad de información posible acerca de una situación, consultar esa información en fuentes diferentes, ojalá opuestas; escuchar y leer con apertura, más con el ánimo de entender por qué el otro piensa como piensa que con el de ganar una discusión. Es un ejercicio de cuestionar todo conocimiento, empezando por el propio. Como lo dijo Bertrand Russell hace casi 80 años: “todo conocimiento de la humanidad es incierto, inexacto y parcial”.
Cuando te sientes absolutamente seguro/a de una postura, cuando no admites ninguna discusión frente a una de tus opiniones, cuando tu forma de pensar te pone una etiqueta: “los de este lado”, y al tiempo pone a todos los que piensan diferente otra etiqueta: “los del otro lado”, es cuando más puedes estar equivocado/a. En esos casos, si aceptas la invitación a expandir la consciencia, trata de despertar la curiosidad, pregunta, busca información que te ayude a entender los contextos y relaciones que han llevado a esa situación. Esto te ayudará a observar desde el medio, una ubicación que tiene la mejor vista hacia todos los extremos y, por eso, permite la mayor libertad del pensamiento. Para Aristóteles era “el justo medio”, un lugar mental en el que se ubican los sabios para vivir la plena virtud humana.