Ayer, caminando por las calles de Medellín, me detuve frente a un grafiti que decía: “La paz empieza por mí“. La frase me retumbó en la cabeza, casi como una revelación. Entre el ruido del tráfico y el bullicio de la ciudad, reflexioné:
¿qué pasaría si por un segundo nos creyéramos la historia de que en Colombia nos merecemos vivir en paz?
Lo pensé mientras observaba la ciudad, vibrante y hermosa, pero también herida. Vi en sus calles una desidia que comenzó en una esquina y ahora devora poco a poco una de las comunas donde más vida solía haber. Este fenómeno no es único de Medellín; se repite en Cartagena, en Bogotá, en cada rincón donde dejamos que la desesperanza gane terreno.
Sin embargo, somos más que las historias que Netflix y los políticos se empeñan en recordar. Somos el país donde la gente ríe como vallenato, tiene el temple llanero, vive el amor santandereano, goza con actitud costeña, piensa con astucia pastusa y actúa con coraje paisa. Somos el país que abraza como Bogotá: te recibe sin preguntar de dónde vienes.
Me imagino una Colombia donde el “buenos días” sea nuestra tarjeta de presentación. Donde al cruzar una cebra, el conductor no entre en modo cacería. Donde importaimporte más lo que puedo hacer yo para transformar mi pedazo de país que lo que espero del gobierno.
¿Qué tal si cambiamos “la camisa negra” por una “camisa blanca” tejida por manos empresarias, confiables y con la mirada en el mundo? Nuestros productos ya están alcanzando el éxito global; solo nos falta creérnoslo.
Hace poco vi algo hermoso: un paisa y un extranjero compartiendo buñuelo y tinto de Pergamino, discutiendo cómo generar abundancia en la 13. No hablaban de destruir ni de corroer, sino de construir sobre la esperanza. Ese momento me mostró que otra realidad es posible.
Imagino una Colombia donde exista una materia obligatoria llamada “cómo ser un gran colombiano”, porque buenos somos, pero nos cuesta creernos grandes. Donde aprendamos a actuar ante el miedo, a mirarlo a los ojos y reconocer que no es tan poderoso como nuestra mente lo pinta.
La invitación es simple: hagamos el esfuerzo consciente de llenar el disco duro con buenos recuerdos. No porque los malos no importen, sino porque existen los buenos y eso es lo único que importa.
Regalemos perspectiva, incluso a aquellos que no conocemos ni entendemos.
¿Qué pasaría si cada uno de nosotros decide hoy mismo ser el cambio que quiere ver? Si en lugar de esperar que otros arreglen el país, comenzamos por arreglar nuestro pedazo de Colombia.
Si nos atrevemos a decir con orgullo: “Lo hago porque soy colombiano y, acá, hacemos las cosas bien“.
¿Vos te imaginas? Asumir la responsabilidad de rescatar este pedazo de tierra maravillosa donde tuvimos la bendición de nacer, por qué no es responsabilidad del gobierno. Es nuestra. De cada colombiano que quiera recuperar las buenas prácticas que hoy solo vemos a través de los ojos de quienes nos visitan… y terminan quedándose.
Que bonito sería mor… darnos paz y dejar la guerra atrás.