La entrada del Circo Medellín tiene cuatro maniquíes de varios colores: hay una pareja, uno está de pie sobre los hombros del otro, el tercero hace equilibrio con una vara sobre uno de los soportes de la entrada, mientras que el cuarto sostiene un cartel que dice: “Funciones domingos 11:00 a. m. y 4:00 p. m. – Festivos 4:00 p. m.”.
Esa misma entrada, que está en la avenida Guayabal, avisa con unas letras enormes que forman la palabra ‘Circo’ para que las personas que van transitando esta importante vía sepan que allí hay un circo.
Al entrar a este espacio, ubicado en la parte baja del cerro Nutibara, se accede por una rampa rodeada de zonas verdes, árboles y golosinas enormes que dan la impresión de que el espectáculo está cerca.
Uno de los espacios al ingresar es el único museo de las artes circenses de la ciudad, está hecho de una manera muy rústica —como la mayoría del circo—, tiene su piso de adoquines encajados uno a uno, alberga figurillas alusivas al circo, un vestido, peluca y zapatos de payaso dentro de una urna de cristal, pero lo que más llama la atención es la curaduría cuidadosa de la historia del circo universal, un arte y oficio milenario que lleva siglos en el planeta.
Después de lograr ver aquel museo, se continúa por una rampa que da con la zona de espera para la función, la llamada antesala, en la que dos máscaras gigantes, regaladas por una comparsa, se sitúan con los diferentes mesas y sillas.
Finalmente, se encuentra al espacio más esperado: la única carpa del circo no itinerante de la ciudad, un espacio con pequeñas sillas rojas que albergan unas 200 personas para un espectáculo, el espacio no es muy grande y el rojo y azul de la carpa hace que la sensación del calor del mediodía sea más avasalladora.
Al escenario le faltan luces y solo cuenta con dos parlantes pequeños, junto con el círculo en el medio del escenario que permite que los 15 artistas que hacen parte del circo puedan desarrollar su espectáculo.
Este espacio no solo sirve para las funciones, sino que cuenta también con una biblioteca que pareciera estar en un contenedor. Contiene una amplia variedad de libros dedicados al circo y al teatro en el que investigadores de las artes de toda la ciudad han consultado aquel material para sus estudios.
El recinto del circo cuenta con una tienda de malabarismo para que todas las personas interesadas en este arte puedan adquirir clavas o diábolos.
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Este lugar alberga el arte característico de un circo, varios espacios están desgastados, los objetos se han conseguido muchas veces por donaciones de empresas o personas, otros han sido adquiridos por sus artistas y su trabajo en sus innumerables presentaciones.
El Circo de Medellín más que un espacio ha sido el lugar que refleja la lucha de los artistas de la capital antioqueña por conseguir un sitio adecuado para ejercer su profesión: hacer disfrutar y sacarles una sonrisa a las personas.
Carlos Álvarez está sentado tomando tinto en una silla del museo, quien lo ve no pensaría que es un mimo clown y que durante 40 años ha estado con su cara pintada de blanco y rubor rojo.
Desde 1974, cuando Álvarez tenía 9 años lo llevaron de la escuela a ver un circo que vino a Medellín y que se presentaba por la televisión, llamado Animalandia.
Lo dirigía Fernando González Pachecho y salían varios payasos que lo inspiraron y lo dejaron rayado por el circo. Poco a poco empezó a demostrar su interés por las artes circenses, pues en su casa montaba sus propios minicircos con sábanas, en la escuela se hacía en la parte trasera del salón y lanzaba chistes para que se rieran todos sus amigos; y siempre que podía, le decía a su madre que lo llevara a los circos mexicanos, italianos y rusos que llegaban a Medellín por esas épocas.
Las dificultades del circo
Como muchos de los gremios dedicados al arte en la ciudad, las dificultades por las que ha pasado la Fundación Circo Medellín han sido complejas. En los últimos meses donde hay espacio para 200 personas solo han asistido 6 u 8.
Carlos señala que se ganan proyectos con la alcaldía, se cubren algunos gastos del lugar, pero el problema de aquellos dineros radica en el desembolso y la tardanza.
También recuerda lo complejo que ha sido tener que sostener facturas de servicios de hasta 2.000.000 al mes, más los gastos que requiere la vigilancia privada de este espacio, el mantenimiento de la zona verde en la que están situados y un sinfín de obligaciones que como fundación también tienen que solventar.
Álvarez hace memoria que hace unos meses tuvo que prestar alrededor de 3 millones y que estaba a punto de caer en el préstamo de un gota a gota para poder salir de estas obligaciones.
“Logramos con amigos y familiares recoger esa plata y pagarla (…) los servicios los pagamos para poder presentarnos, esa vez hubo función un domingo, la hicimos a las 11 de la mañana y vinieron cinco personas y otra a las 4 de la tarde en la que asistieron 20 personas. Nosotros somos 15 artistas y de logística: casi que somos más gente de acá, que la gente que nos visita”, añadió el payaso clown.
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Carlos, enfatiza en que el proyecto no se va a morir y con sus manos hace alardeos y dice que la prioridad de la Fundación Circo de Medellín no es que le regalen plata, sino que compren sus funciones, le piden a la Alcaldía que le adquiera las boletas, que hagan talleres y que en lugar de pagar 200 millones por una tarima de un concierto, “que le metan plata a un año de puros talleres, ¿Qué es más bacano, que una persona vaya y disfrute de una cosa efímera y gastar esa plata o una cosa que dure todo un año con jóvenes salvándole la vida?”, cuestionó Carlos Álvarez, quien ha sentido de cerca su compromiso con cientos de jóvenes de las comunas de la ciudad con más desigualdades como lo ha sido la comuna 8, Villa Hermosa, uno de los espacios vitales para que este circo pudiera nacer.
La historia de los Titiritrastos
Hace unos 25 años Carlos se dio cuenta de la historia del padre Rubén Sánchez, un hombre que estuvo a cargo de un lugar caritativo que ayudaba a ancianos en Villa Hermosa, el cual atendía a la población adulta y desamparada en aquella comuna.
Sánchez bajaba todos los días al centro de la ciudad a conseguir mercados y ayuda. Salía a las 8 de la mañana y al cruzar por una de las calles de Villa Hermosa lograba avistar muchos niños en una esquina, cuando regresaba al mediodía con sus bultos de mercado volvía a ver a aquellos niños, salía otra vez por la tarde a recoger otros insumos y cuando bajaba de nuevo estaban los niños allí, sin hacer nada.
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“Vio que las niñas de unos 11 años estaban en embarazo y empezó a preocuparse por ellas”, cuenta Álvarez, mientras narra que el cura se percató que muchos de esos niños no estudiaban, que habían peleado con sus familias o que eran, incluso, desplazados por la violencia. “Aguantaban hambre… física hambre, ellos aguantaban hambre ahí… no tenían quién les diera comida”, narró Álvarez con una acentuación lenta y delicada.
Pasaron los días y el padre habló con los otros hermanos religiosos y admitieron a los niños y empezaron a darles comida todos los días. Al tiempo, el padre se propuso hacer un grupo de teatro con ellos porque en su juventud, antes de meterse a la vida religiosa, había hecho un poco de malabares, magia y teatro.
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Pasó el tiempo y el padre iba a las funciones donde se presentaba Carlos y convidaron tener funciones y talleres para los niños. Al principio, el padre no contrató a Carlos por no tener con qué pagarle, pero después de tener un apoyo con una ONG italiana, Álvarez empezó a dictar talleres de tacos, títeres, mimo y todo lo relacionado con las artes circenses hasta que mucho esos niños hicieron parte de los primeros cimiento del Circo Medellín.
“Nosotros antes de que las bandas criminales los reclutaran, nosotros los reclutamos para el arte”, indicó con los ojos vigorosos Álvarez, aunque enfatiza en las dinámicas violentas que aún permean los barrios de la ciudad.
La búsqueda de un sueño
Carlos Álvarez nunca se fue con un circo sino que empezó con el teatro, pasó a la universidad a hacer Derecho y en 1984 hizo parte de un grupo de teatro llamado El Martillo, ubicado en la comuna 3 (Manrique), bajaba a pie al centro de la ciudad a ver teatro, en 1987 llegó el primer Festival Iberoamericano de Teatro y esa fue su escuela. Después de varios años había cambiado Derecho por Historia y en 1991 se dedicó profesionalmente por completo a ser un payaso mimo.
Sin embargo, desde los 9 años ese rayón de querer formar un circo lo llevó a idear la propuesta de crear uno.
“Yo había estado en Madrid, España y allá en un parque de la ciudad el Ayuntamiento (alcaldía) le prestó a una asociación de malabaristas un lote para que armara un circo que tenía cafetería, biblioteca y yo me emocioné”, relata Álvarez.
Y poco a poco empezó a consolidar su sueño con ayuda de amistades y compañeros artísticos que aportaron a la creación del único circo no itinerante de la ciudad.
En 2009 compró la carpa que hasta hoy tiene el Circo de Medellín con 25 millones que tenía ahorrados y con un préstamo de Confiar de otros 25 millones.
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La instauró en lo que antes era un vivero del cerro Nutibara por unos 5 años iniciales con la alcaldía de Alonso Salazar en calidad de comodato.
Hoy busca alzar su voz para poder cambiar aquella carpa. Después de una pandemia, el circo pasó de hacer funciones casi todos los días a solo presentar una función los domingos. Además, el sector privado (uno de los mayores aliados del circo) no le contrató presentaciones. ‘El aguacero que rebosó el vaso’ fue una lluvia con granizo que cayó el 15 de noviembre del año pasado, el cual destruyó la carpa que consiguió con sus ahorros.
La Circotón
Hace dos semanas, Álvarez pensó en crear una jornada de donación para poder cambiarla y que pueda durar muchos años más.
La meta es recaudar 50 millones de pesos. “Vamos a visibilizar el circo para que venga más gente, porque también ha rebajado el público; lo fundamental de la Circotón es que vengan al circo, no nos dejen solos, compren la boleta, contrátenos una función”, recalcó Álvarez.
Carlos, se levanta de su silla, recorre el museo que sirvió para poder graduarse de su maestría en Literatura de la UPB y después de muchos años piensa y dice eufóricamente que es el mimo que más habla…
PD:
Los interesados en aportar a la Circotón lo pueden hacer a través de la cuenta de ahorros Bancolombia 61414971911, a nombre de la Fundación Circo de Medellín. O asistir a las próximas funciones los fines de semana.
Los horarios y temáticas los podrán encontrar en las redes sociales de la Fundación Circo de Medellín @circomedellin.
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