Diversos estudios demuestran el impacto que el ejercicio de agradecer tiene en nuestra vida, en especial, en la mejoría notable de la salud mental. Agradecer alivia la calidad del sueño, aumenta la esperanza y la autoestima, fortalece el sistema inmune, reduce las emociones negativas, combate el estrés y ayuda a gestionar pérdidas y duelos.
Distintos científicos han evidenciado cómo este hábito pareciera ser un bálsamo para la actividad cerebral. Especialistas en salud mental han hablado ampliamente sobre la importancia de enfocar la energía y actividad mental en las cosas positivas que nos rodean. Los resultados son tan sorprendentes, que agradecer pareciera ser la fórmula mágica para muchísimos males que nos aquejan como sociedad contemporánea.
Sin embargo, no es tan sencillo. A agradecer se aprende. Y, además, se entrena, se fortalece y, al final, si todo sale bien, se convierte en hábito. Para esto hay que llevar un proceso consciente. No tenemos establecido un hábito per se, ¡mucho menos la cultura de agradecer!
Hace años, cuando transitaba por una profunda depresión derivada de una pérdida, un especialista me dio la tarea, al principio exhaustiva, lo reconozco, de escribir lo que él llamaba “milagros cotidianos”. Enfocas la mirada y la atención en lo bello de la vida. Este ejercicio, tan simple y poderoso, fue pieza clave del proceso que me ayudó a salir del fondo. Suena fácil, pero no lo es. Cuando atravesamos tiempos críticos, la mirada se nubla. Pareciera que los colores perdieran brillo. Perdemos el sentido de estar vivos y encontrar los milagros de la vida pareciera un propósito titánico.
No vayamos tan lejos. Aunque no estemos pasando por una depresión o un duelo, no nos parece tan natural nombrar diez o veinte milagros diarios. No estamos “entrenados” para ello. Pero ahí están los milagros, sucediendo a diario, indiscutiblemente: amanece, estamos vivos, hay sol y podemos sentirlo, tenemos seres que queremos y que nos quieren vivos y cerca.
Llevo haciendo este ejercicio hace diez años. En varios momentos, lo hago mentalmente, y otras veces lo hago por escrito, como este año, que comencé un diario de agradecimiento. Cuando lo traje a casa, invité a mi esposo a unirse a este ejercicio y le pasó lo esperado: al principio, no logró encontrar más de tres cosas por las cuales agradecer al final del día. Recordé entonces aquel tiempo en el que yo tampoco sabía ver. Con amor y dulzura, le insistí practicar este ejercicio que ensancha el espíritu y aquí vamos, iniciando 2025 con el propósito de reconocer la abundancia a nuestro alrededor.
Me pregunto: si fortalecemos de manera individual -y luego familiar- el hábito de la gratitud para llevar una vida más plena, más esperanzadora y más feliz, y así contagiar a otros, ¿podremos llegar a ser una sociedad con una cultura de la gratitud? Una sociedad que fortalezca su sistema inmune, su autoconfianza. Una sociedad que reduzca al máximo sus emociones negativas y, por ende, sus reacciones violentas. Una sociedad menos estresada y ansiosa. Una sociedad que se sienta abundante y próspera. Quizás. Tengo la sospecha de que sí.