Estamos en la época en que las empresas, organizaciones y emprendimientos suelen detenerse a reflexionar sobre su estrategia y los retos que enfrentarán durante el año. Muchos vuelven la mirada a sus ejercicios de planeación estratégica, revisan los avances logrados y delinean nuevos planes con indicadores que, en teoría, les permitirán hacer seguimiento y alcanzar las metas que se imaginaron hace tres o cinco años.
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Personalmente, me inquieta pensar en plazos tan largos. Recordemos que, hace cinco años, estábamos a punto de enfrentar la pandemia. Desde entonces, el mundo cambió por completo: la irrupción de la Inteligencia Artificial, los fenómenos políticos, la evolución del comportamiento del consumidor, la entrada de la Generación Z al mercado laboral…
Mi perspectiva, muy influenciada por Alejandro Salazar y otros autores afines, sostiene que la estrategia consiste en crear una posición única y valiosa, y destacarse en el mercado con una propuesta de valor diferenciada. Para lograrlo, hay que atreverse a pensar de forma distinta, hacerse las preguntas difíciles, invertir el tiempo en conocer la organización a fondo y sumergirse en los datos y en la lectura del mercado. La respuestas casi siempre se encuentran allí, en la evidencia que podemos analizar.
La clave está en entender el ADN de nuestra empresa o emprendimiento y cuestionar si la organización está diseñada para innovar y asumir riesgos calculados, o si más bien permanece estática, exponiéndose a la obsolescencia. Al igual que en la naturaleza, solo los más aptos sobreviven, y en el ámbito estratégico esto implica redefinir ese ADN y tomar decisiones con audacia. En estrategia, la elección es un arte: cuando elegimos un camino, inevitablemente renunciamos a otro.
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La estrategia, por tanto, no es un plan prediseñado; se va “descubriendo” y puliendo en el día a día. Como explica Alejandro Salazar, la estrategia es la suma de las decisiones y acciones cotidianas, de las correcciones de rumbo y de todo el aprendizaje que surge al enfrentar la realidad del mercado. Lejos de ver la estrategia como un mapa rígido, se plantea como un proceso flexible, abierto a la experimentación y al aprendizaje continuo.
Esto no significa que no haya una visión o un propósito que ilumine el camino. Al contrario, tener claridad en los valores y los fundamentales, siempre y cuando mantengamos la disposición de ajustar el rumbo conforme avanzamos. La esencia de la estrategia emergente radica en el aprendizaje permanente, la colaboración transversal y la capacidad de replantear las hipótesis. De este modo, la organización se mantiene activa, adaptándose con agilidad y aprovechando las oportunidades que surgen en un entorno en constante cambio.
Ahora bien, de poco sirve la mejor estrategia —sea cuidadosamente planificada o descubierta sobre la marcha— si no se traduce en resultados. Aquí cobra relevancia lo que Larry Bossidy y Ram Charan (2002), en Execution: The Discipline of Getting Things Done, llaman la disciplina esencial para convertir las decisiones en hechos: la ejecución. Esta habilidad distingue a las organizaciones que aprenden y se reinventan de aquellas que se quedan atascadas en teorías o en planes que nunca se cumplen.
Un pilar crucial para ejecutar con éxito radica en enfocarse en lo verdaderamente importante. Peter Drucker afirmaba que “no se puede hacer todo bien; hay que concentrarse en lo esencial”. En el día a día, la operación y las urgencias suelen consumir gran parte de la energía, ahogando la innovación o impidiendo la materialización de proyectos de alto impacto. Por ello, Chris McChesney, Sean Covey y Jim Huling (2012), en The 4 Disciplines of Execution, recomiendan seleccionar solo dos o tres retos cruciales que trasciendan el “torbellino” de la operación. Dichos retos deben ser lo suficientemente relevantes como para impulsar a la organización hacia su siguiente nivel.
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Finalmente, el trabajo en equipo potencia la ejecución y la estrategia. Al reunir diferentes perspectivas y habilidades, respaldadas por datos y el conocimiento del mercado, surgen soluciones más creativas y se acortan los tiempos de implementación. Además, la diversidad de visiones promueve la empatía y la escucha activa, valores que permiten a la organización adaptarse al cambio y aprovechar oportunidades emergentes.
En síntesis, la estrategia se fortalece cuando la organización integra flexibilidad y adaptabilidad con un sólido proceso de ejecución. Disponer de metas claras, indicadores accionables, un liderazgo cercano y un equipo cohesionado sienta las bases para “hacer que las cosas sucedan”. La agilidad en la ejecución, sumada a la experimentación y al aprendizaje, es el verdadero motor que impulsa a las organizaciones a evolucionar.