El país que no conoce el país

Colombia es un país de contrastes tan profundos que, a menudo, parece dividido en dos. Por un lado, están las grandes ciudades que aspiran a ser modernas, con infraestructura avanzada y debates sobre el futuro digital y la innovación. Por el otro, existen regiones enteras donde las necesidades básicas siguen siendo un lujo inalcanzable. Esas regiones no son lugares remotos en un mapa; son parte del mismo territorio, aunque para muchos parezca otro país.

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El problema no es solo la falta de recursos, sino la indiferencia. Mientras algunos disfrutan de las bondades del progreso, otros luchan por caminos, escuelas y centros de salud que deberían ser derechos fundamentales. Allí, la vida se construye con lo que hay, y la esperanza se convierte en una herramienta de supervivencia. Las comunidades olvidadas siguen a la espera que alguien llegue a salvarlas; Aun así, han aprendido a vivir con lo que tienen, a organizarse, a resistir.

La capacidad de superar la adversidad de algunos viene normalizándose, en la mayoría de los colombianos, como si fuera responsabilidad de unos pocos. lugares recónditos donde se perpetúa el abandono. En estas tierras, donde el Estado, por décadas, ha sido una promesa vacía, las personas han demostrado un coraje extraordinario. Pero ese coraje no debería ser necesario para acceder a lo mínimo indispensable.

¿Cómo es posible que en un país que se reconoce mundialmente por su biodiversidad, belleza y riqueza cultural existan zonas donde las personas caminan horas para llegar a un médico o donde los niños no tienen más opción que abandonar sus estudios porque no hay cómo continuar? Esta desconexión más que injusta, es peligrosa. Alimenta un resentimiento silencioso que divide aún más al país.

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Colombia necesita una mirada más profunda hacia sí misma. Seguimos avanzando como si lo único que importara estuviera concentrado en unos pocos centros urbanos. El desarrollo verdadero será posible solo cuando entendamos que no hay progreso real si se deja atrás a una parte significativa de la población.

El país que no conoce el país es un reflejo de nuestra incapacidad para construir una nación cohesionada. Las mayores barreras que nos separan, no son geográficas, sino también mentales. Carecemos de reconocer el valor y las necesidades de todas las regiones y lo entendemos, a veces, como un acto de caridad desconociendo que es un deber de todo el que nace en estas tierras.

El futuro de Colombia no está únicamente en sus ciudades. Está en cada rincón que hoy sigue esperando ser visto, escuchado y, sobre todo, respetado. Y ese futuro no se construirá desde la compasión, mucho menos desde los “escritorios corporativos”, sino desde la acción decidida por una Colombia que entienda que el progreso no se mide en kilómetros de autopista, sino en las oportunidades que llegan a cada uno de sus habitantes.Es tiempo de mirar más allá de las luces de las grandes ciudades, porque en los rincones olvidados está la verdadera potencia de nuestro país.

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