Carlos Raúl Yepes, recién salido de la presidencia del Grupo Bancolombia, es un crack en todos los sentidos. Visión humana, profesionalismo, carisma, don de gentes y empresario intachable son algunas de las virtudes que reúne el hombre, padre de familia y fiel hincha de Atlético Nacional.
¿A qué se dedica hoy Carlos Raúl Yepes?
“A trabajar, pero no me pagan (risas). Empezando a realizar proyectos que tenía aplazados. Me siento feliz, aunque extraño, porque nunca había vivido una época como estas. Desde que dejé la universidad yo trabajaba y apenas dejé de estar vinculado a una empresa hace un mes. Como esto fue planeado quiero concentrarme en cuatro temas: paz, convivencia y reconciliación; cultura ciudadana; transparencia y anticorrupción, y en liderazgo empresarial y juvenil. Estoy en la Comisión de Paz y Reconciliación, en la subcomisión de Prodepaz en Antioquia, en el Programa de la Fundación de la Selección Colombia, en la Junta Directiva de Reconciliación Colombia y en el Consejo para la Agencia de la Reintegración”.
¿También está en proceso la escritura de un libro?
“Con Random House Mondadori debemos terminar de escribirlo finalizando este año para contar un poco de esa concepción con la que yo llegué a Bancolombia a hablar de la banca más humana. Es una cosa muy sencilla: es como somos capaces de construir relaciones de largo plazo con dos palabras de nuestro hermoso lenguaje, pero que usamos muy poco: respeto y confianza”.
¿Qué cambios ha tenido en su vida tras la renuncia a Bancolombia?
“Yo he dicho que a mí no me iban a pasar de un escritorio para una mecedora. Lo que menos he hecho es sentirme retirado ni jubilado; solo cambié de actividad. Para mí Bancolombia, Argos y toda mi época laboral fue muy bonita, pero ahora por otros motivos, entre ellos la salud, y encontrar espacios para realizar mis convicciones, llegó el momento de vivir mucho mejor”.
¿Qué se le quedó entre el tintero?
“Que la tecnología fuera más moderna, haberle podido llegar más al cliente, pero logramos cosas muy interesantes. Bancolombia es la empresa con mayor reputación en el país. Logramos ser el banco más sostenible en América, por encima de los bancos norteamericanos y canadienses, y el quinto en el mundo. Es una forma de pensar, decidir y actuar. Los resultados económicos fueron muy buenos, pero a mí los que me gustaron fueron los resultados cualitativos. Mi sueño hubiera sido que el empresariado sintiera que hace parte de una sociedad y que uno no solo se debe al accionista o al inversionista y que todo es un ecosistema”.
¿Cuál fue la base de su filosofía?
“El resultado es de la forma como uno se prepara. Nosotros nos preparamos bien para por lo menos tratar de cambiar una mentalidad del mundo empresarial. En Bancolombia yo decía que no era solo un negocio en el que el banco ganara plata, sino en el que el mayor número de personas se beneficiaran, eso en el concepto se llama valor compartido y nosotros lo generamos. Cambiamos el concepto de rentabilidad, hoy en la empresa nos preguntamos: ¿qué es un buen negocio? La respuesta jamás puede ser ganar plata, es una de las tantas consecuencias”.
Su visión sobre el proceso de paz
“Nuestra sociedad se ha venido fraccionando y polarizando, el proceso de paz en vez de unirnos nos ha separado y no debería ser así. De la guerra no sabemos, de la guerra saben los que la han sufrido. Desafortunadamente la han adelantado los pobres y los campesinos. No sé cuántos de nosotros hemos sido desplazados, a cuántos nos han violado una hija o cuántos tenemos un hermano mutilado. No se van a solucionar todos los problemas llegando a un acuerdo en La Habana, pero hay que empezar a solucionar nuestros problemas”.
Usted le dejó alma a Bancolombia ¿Cómo lo hizo?
“Yo decía que quería una organización rentable, eficiente, sostenible, pero basada en las personas, nuestras decisiones, nuestras políticas, nuestros procesos, nuestra relación con los clientes, con las autoridades, con las comunidades y entre nosotros los empleados. Todo estaba impregnado de un sistema cultural y lo más importante es haber logrado modificar genéticamente la cultura en Bancolombia. El banco tiene 140 años y nosotros queríamos que eso perdurara, seguramente nosotros dejamos sentadas las bases. Dejar el alma es un sentido de responsabilidad, de compromiso es actuar bajo convicciones”.
¿El poder lleva al éxito?
“No. El éxito depende de cada uno, para alguien es algo material para otro puede ser casarse. Yo toda la vida he sido muy desapegado a lo material y al poder, por eso para mí el éxito es sentirme feliz, y sentirme feliz es tener buena salud o, como diría Mafalda, dormir sin miedo y levantarme sin angustia”.
¿Qué es ser un buen líder?
“Una persona que es capaz de influenciar a los demás de manera positiva. Entiende su entorno, es capaz de anticipar el futuro, el que se reconoce como parte de un equipo. Hay un libro que se llama Los Secretos de liderazgo de Santa Claus y ahí dice que uno gerencia activos y lidera personas, al final el líder no soy yo, el líder es lo que hacemos juntos. Un buen líder, en mi forma de ser, es una persona que se concibe al servicio de los demás. Estudié con los jesuitas y esa es su forma de pensar, uno es fruto de sus relaciones en familia, en el colegio, la universidad y de sus amigos. Eso es lo que lo va formando a uno. Un buen líder es capaz de reconocerse como parte de un equipo e influenciar de manera positiva y llevarlos a un objetivo”.
¿Su concepto sobre el tiempo?
“El tiempo es un concepto relativo. No debería existir. Depende de nuestras realidades, cuando fui operado del corazón me regalaron un libro que se llamaba Cambio de ritmo donde dice que una de las cosas de las que menos somos conscientes los seres humanos es del tiempo. Precisamente, a partir de esto y de una las herramientas de Ignacio de Loyola fue que yo me paré a pensar, porque uno casi nunca se para a pensar. El día a día le exige a uno movimiento y uno nunca piensa. Uno piensa en cosas, ideas, el trabajo, pero sobre uno mismo piensa muy poco. Una cosa tan sencilla como comer, uno come en automático, pensando en otra cosa y a las carreras. Yo por ejemplo, cuando salía de mis cirugías que eran tan largas era pasar 20 días sin tomar una gota de agua. A mí me daban una aromática y la disfrutaba, para mí eso tenía valor y yo disfrutaba mi tiempo en tomarme esa aromática, y me demoraba una hora, porque era consciente de eso”.
¿Como sociedad nos tenemos que autoanalizar?
“Este es un país al que se le olvido convivir. No hay tolerancia porque nos importa cinco el vecino. Tenemos que volver a lo fundamental”.
“No lo hay. Las cosas importantes no tienen precio, por eso valen tanto. Yo dejé de ir a cine, yo no iba a un centro comercial, no disfrutaba un helado. Los primeros 10 años de vida no vi crecer a mis hijos. Muchas veces yo me despertaba y no sabía si era viernes o sábado, yo no sabía si estaba en Medellín o en El Salvador, si estaba en mi casa o en un hotel. Comía por ahí, solo. Eso no es vida. Ya pasan cosas tan sencillas como ir de visita donde mi mamá un martes a la cuatro de la tarde”.
Antes hablábamos de un paisa emprendedor vivo, audaz, recursivo. Los términos se trastocaron y ahora hablamos de corrupción y de delito
“Nos gusta la cultura del atajo, del vivo, del avispado. Nosotros les quitamos las cosas muy fácil a los demás, hasta en lo más sencillo, en reglas básicas de convivencia como cuando me paso un semáforo, me cuelo en la fila, cuando no pago mis cuentas, cuando me robo la energía y por eso nos sentimos muy avispados. Soy optimista e idealista y por eso estamos trabajando con un grupo de personas para cambiar esa cultura”.
¿Cuál es el camino para la reconciliación?
“Nos tenemos que reconocer como una sociedad violenta, intransigente e intolerante. La reconciliación es una parte, pero para que haya reconciliación tiene que haber perdón y para que haya perdón tiene que haber arrepentimiento. Todo nace de comportamientos, de cómo me comporto yo en familia, con mis amigos, en la universidad, como empresario. A partir de nosotros ser conscientes de ser una sociedad violenta tenemos que tomar la decisión de cambiar esos comportamientos del pasado y el futuro. En los del pasado tiene que haber perdón sincero y arrepentimiento, el camino es muy largo para recorrer. Antes de mirar hacia La Habana, lo que tenemos que hacer es mirarnos hacia adelante qué queremos como sociedad”.
“El problema viene desde las familias. Es la deficiencia en la formación de la persona en todos sus ciclos. Otro problema es que las humanidades en las universidades los jóvenes las ven como un relleno. Hablar de ética en los negocios es muy complejo y la gente piensa que eso no es importante. En el Grupo Bancolombia todos nuestros directivos al menos una vez al año tenían que pasar por un curso de ética. Los poníamos en las situaciones en que nos veíamos comprometidos para tomar decisiones. Uno en la vida después de respirar, lo que más hace es decidir. Cuando llegás a una empresa tomás decisiones también: participo en un cartel o no participo, voy a una reunión o no. La cultura, la nuestra, traqueta, nos llevó a trastocar los valores”.
Palabra que lo hace feliz…
“Servir”.
Una canción que le recuerda a sus padres…
“Adiós al piano y Claro de luna de Beethoven”
¿Qué se sienta a escuchar con todo el gusto?
“Me gusta mucho la salsa. Y las canciones de Atlético Nacional. Cuando suena: despertás y ya sabés no es un día más… Eso me emociona mucho, me pongo la camiseta verde (risas). Tengo un rey y una reina: Héctor Lavoe es el rey y Celia Cruz es la reina”.
¿Qué significa la camiseta de Nacional para usted?
“La prenda de vestir más linda del mundo. Nacional para mí representa pasión, momentos felices, el amor por muchas cosas. Soy un apasionado del fútbol. Seguiré detrás del verde a todas partes. Soy abonado, hablo mucho con los jugadores. Tengo un pacto con los amigos y es que a donde salgamos en el exterior nos tenemos que llevar la camiseta de Nacional y cuando fui a la Casa Blanca la empaqué y me emocioné mucho. Luis Carlos Vélez fue el que me tomó esa famosa foto. Llevo tatuados el escudo y el número dos en homenaje a mi amigo Andrés Escobar”.