Fotos Sébastien Herbiet
Por José Fernando Serna Osorio
Un cuadro con caballos tallados domina una gran sala. Un ventanal gigante, en la parte trasera obliga la mirada hacia un horizonte pintado con árboles y montañas. Hay silencio. Solo se escucha a lo lejos el relinchar de un caballo en un establo. La tarde cálida le da el beneplácito a una corriente de aire frío que entra por una puerta abierta de par en par. En la sala, una mesa de vidrio y en una silla María Luisa Calle Williams, apacible como siempre.
María Luisa es profesional en Administración de empresas agropecuarias de la Universidad de La Salle, pero nunca ha ejercido. Fotos Sébastien Herbiet
Hoy no está vestida de licra, su cabeza no la cubre un casco y mucho menos va en bicicleta. Su pelo rubio está expuesto, viste un jean, una camisa blanca y unos botines. Con parsimonia va enlazando historias y recuerdos de su niñez junto a Jorge Calle, su abuelo paterno, y María Luisa Mejía, su abuela. Concentra su mirada en las manos mientras describe una pasión indescifrable por los caballos. En su casa, en el Alto de Las Palmas, donde a la tranquila del ambiente se le suma la personalidad sosegada de la ciclista, vive con Apache e Indiana, un caballo y una yegua a los que trata de niños y con los que comparte su día a día. Un amor sin límites.
Entre esas anécdotas rememora salidas a montar caballo con el abuelo por la finca de Barbosa. Entre fonda y fonda don Jorge se tomaba un aguardiente, mientras María Luisa lo acompañaba con el gusto propio de la cabalgada. Tanto así, que la niña regresaba entre llantos a su casa en el barrio Conquistadores de Medellín. También recuerda la primera bicicleta todoterreno que le regaló su padre en 1992, que le quitó el tedio y la pereza que hasta ese momento le provocaba la actividad física. Ni el robo de su caballito, este de acero, seis meses después de haberla recibido, la desanimaron. El destino se estaba labrando.
Han pasado tantos años como historias por la vida de la medallista de bronce en la prueba por puntos en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Empezó todo como una goma y de a poco se fue convirtiendo a competitivo en 1998, cuando tras muchas válidas de ciclomontañismo empezó a exigirse e ingresó al profesionalismo. José Julián El Chivo Velásquez pulió a la futura medallista en los certámenes internacionales tras dar el salto a la pista y la velocidad.
Eso que Dios les da sus peores batallas a sus mejores guerreros, lo tiene tatuado en el alma María Luisa. En su casa campestre se aleja de las decepciones deportivas que la acompañan por estos días. Una sanción de cuatro años por dar positivo en los Juegos Panamericanos de Toronto a GHRP-2 (una hormona de crecimiento que potencia el rendimiento y desconocida en Colombia), no son excusa para dejar a un lado su pasión por la bicicleta. Todos los días se levanta a las 6:30 a.m., alimenta a sus dos caballos y sale a montar entre tres y cuatro horas, si no es que está en el gimnasio, lugar al que asiste tres veces por semana.
“No quiero bajarme de la bicicleta”, dice la María Luisa de hoy. Por eso entrena sin descanso esperando su retorno a las competencias. No siente próximo su retiro, y por el contrario, después de aceptar la sanción de cuatro años de las Reglas Antidopaje de la UCI, porque dice no contar con el respaldo económico para hacerlo, quiere volver a brillar en los Juegos Nacionales, la única competencia que vislumbra dentro de su futuro. “No quiero volver a representar a Colombia, pero a la de los directivos. De la Colombia de la gente sí me enorgullezco. A los primeros les importan los títulos y no los deportistas, a los que usan y desechan. La gente en la calle te brinda amor siempre que te ve”, dice.
En el campo está feliz, es su lugar preferido. Vive el día a día y ama la naturaleza con su silencio cómplice. Como se puede carcajear viendo al Águila Descalza, puede llorar con el sufrimiento de los animales callejeros. La hace sentir viva el correr de los caballos por el potrero y disfruta una cabalgata, una canción de Vicente Fernández y un aguardiente tanto como cuando se sube a recibir una de sus medallas.
La velocidad va en su sangre. En una moto de alto cilindraje baja a Medellín día por medio ante la sorpresa de otros conductores. Persigue sus sueños como cuando empezó de niña a sortear montañas, luego pistas y hoy pruebas de vida, que la hacen una guerrera de una y mil batallas dentro y fuera de las pistas.