Proteger lo vulnerable

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El cuidar sin distinciones ni medida es el resultado natural y espontáneo de nuestra humanidad, porque ya sabemos que, más que nacer humanos, nos vamos humanizado. Las experiencias que nos va brindando la vida llegan precisamente para eso, para mejorarnos, para hacernos mejores seres humanos, para traernos más compasión y empatía. Solo así será posible el verdadero y auténtico progreso humano.

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Ayudar, alimentar, coser, limpiar, abrazar, acompañar, reír, llorar, servir, entender, comprender, son todos verbos sencillos, o mejor, oficios que reconfortan y traen serenidad. Practicarlos nos engrandece y hace grata la existencia.

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En este momento estamos enfrentando en mi familia una enfermedad difícil y lenta con una de nuestras mascotas, Pólux, un border collie de 14 años y que llegó a nuestras vidas con pocos días de nacido. Ahora tiene “síndrome vestibular de perro anciano”, una especie de vértigo de Ménière que le puede durar unos dos meses; nada que ponga en peligro su vida, dice el veterinario, fuera de un mareo que le impide incluso ponerse de pie. Una agenda de muchos medicamentos a horas exactas, alimentos a punta de jeringa, salir cada tres horas al patio o grama para que haga sus necesidades, asegurar la casa para que no sufra accidentes en la lenta recuperación, observar atentamente su comportamiento de día y de noche, etc.

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Ver a un perro loco, brincón y feliz, que nos ha dado tantas alegrías, ahora postrado y dependiendo completamente de nuestra atención y disponibilidad es duro, muy duro, y el mejor de los entrenamientos en paciencia y cuidado.

No se trata en absoluto de humanizar a los animales, sino, más bien, de permitirnos que, al estarlo cuidado diariamente, desarrollemos nuestra humanidad, capacidad de servicio, amor incondicional, gratitud, respeto por la vida. Nuestra bondad, compasión, paciencia y persistencia reciben allí un entrenamiento intenso.

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Envejecer y compartir la vida cotidiana con nuestras mascotas nos hace mejores seres humanos en la relación con ellos y, por supuesto, también para mejorar nuestras relaciones, comprensiones y entendimientos con las personas que amamos y nos rodean, acompañando nuestros sueños, crisis, esperanzas, proyectos y alegrías.

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Aprender el arte de la convivencia no es solo un proceso entre humanos, sino que se abre maravillosamente a todas las formas de vida que armonizan el mundo y gozan de derechos.

La imagen emocionante de las clínicas de los animales, que existen en distintas ciudades de India, llega como motivación. Muchas horas-hombre para salvar las alas de un colibrí o la pata de un pajarito, sin cometer la torpeza de pensar que solo se justifica el cuidado de la vida cuando se trata de los admirados elefantes, los valiosos caballos o de los animales en peligro de extinción. El caso de los jainistas, inspiradores del no daño (Ahimsa), que barren el camino para evitar matar moscas u hormigas, puede ser algo extremo, pero a la vez resulta profundamente emocionante. Como toda vida es valiosa, cuando en las zonas rurales indias un niño es picado por una serpiente venenosa, el animal es cuidado por la comunidad al mismo tiempo que se busca el remedio inmediato para salvar al niño. Imposible no pensar que en nuestra cultura se procederá a matar la serpiente antes de salir con el niño hacia la clínica. Ese ojo por ojo es la dolorosa y patente expresión de nuestra animalidad y torpe viveza. Aquí disparamos mientras llega la orden para que nadie vaya a decir que somos bobos. No espantamos los gallinazos con bulla, como en el sur de la India o Sri Lanka, sino a punta de escopeta porque somos muy machos… La ignorancia es atrevida y escandalosa y además muy poco creativa.

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La invitación repetida es entonces a cuidar, cuidarnos, permitir que otros nos cuiden, buscar quién o qué cosa necesita cuidado, llámese humano, animal, planta, objeto utilitario, infraestructura, recursos de todo orden, patrimonios materiales e inmateriales.

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Lo claro y contundente es aceptar la vulnerabilidad como propia y natural de la condición de la vida, y no solo de la humana. Aceptarla es el principio del cuidado.

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