¿Desplazamiento forzado? No lo es, de acuerdo con la definición de Naciones Unidas. Pero qué vivencias y qué epílogo tan parecidos. No hay conflicto armado ni violencia generalizada en el Lleras, pero no se puede ignorar que a esta familia, y no solo a esta, le atropellaron sus derechos, no a disparos, pero con un final similar: tuvieron que dejar sus hogares.
Eran 10 vecinos, entre hermanos y sobrinos, que habitaban el mismo edificio, ubicado entre Vía Primavera y el barrio Lleras, con raíces en estas calles desde los años 30, que tocaron tierra con un pionero conocido como “el médico de El Poblado”. Y se fueron, a la brava, para Envigado, por abusos que se agravaron por culpa de la indiferencia y la incompetencia. Un trasteo con efectos económicos y pérdida de vínculos con el entorno, que desde la perspectiva de derechos humanos, tiene un alto valor.
Se fueron porque no aguantaron más bares y discotecas y su música que compite de puerta en puerta por clientes, igual de atronadora que la que oían al amanecer en los after party improvisados que surgen desde vehículos estacionados en la calle o la de restaurantes que inician su jornada en la mañana para labores de aseo. “Bulla inaguantable”, según su descripción, que nadie debió ignorar, como la que produce el gimnasio cercano.
También los sacó del barrio la venta de droga y la tensión que les genera la movilidad de los expendedores, así como el comercio sexual. Se fueron de “un lugar invivible” y sienten que las autoridades no ofrecen atención oportuna ni eficaz ni diseñan estrategias de espectro y vigencia amplios.
“¿Quién los mandó a vivir aquí?” se escucha decir a intérpretes burdos y simplones de una realidad que comenzó a mostrar sus efectos a finales de los 90. Por supuesto, el Lleras y su entorno no tiene que ser el mismo barrio que construyó el Banco Central Hipotecario a finales de los años 30. Las ciudades se transforman, atienden dinámicas comerciales e inmobiliarias, acogen modas, es cierto; pero cambio no significa deterioro y atropello.
“Nos fuimos y no nos arrepentimos. Fuimos de El Poblado de toda la vida, de los que sabíamos quién era quién y quién habitaba cuál casa. Esto ya es Lovaina en sus peores tiempos”, es su despedida.