Constantemente escuchamos la frase “los datos son el nuevo petróleo”. ¿Qué tan cierto es? ¿Qué tan útiles son para la toma de decisiones? ¿Qué tan fácil monetizarlos? Y, a su vez, surgen las preguntas: ¿Qué papel juega la intuición? ¿La experiencia? ¿Cuál es el justo punto medio?
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La capacidad de las organizaciones para recopilar, analizar y actuar sobre grandes volúmenes de información ha transformado modelos de negocios y catalizado innovaciones a través de múltiples industrias. Sin embargo, no debemos subestimar el poder de la intuición, especialmente cuando está informada por años de experiencia.
Las estadísticas son contundentes. Según un estudio de McKinsey, las empresas que implementan la analítica de datos son significativamente más exitosas en atraer y retener clientes, y son mucho más rentables que aquellas que no lo hacen. Sin embargo, es importante recordar que los datos, por poderosos que sean, son solo herramientas que requieren interpretación humana.
Gigantes como Netflix y Amazon no solo lideran sus industrias, sino que reformulan sus estrategias basándose en algoritmos que predicen comportamientos de consumidores y optimizan operaciones logísticas. A pesar de estos hallazgos, es crucial reconocer que los datos, en su esencia, son simplemente herramientas. Herramientas potentes, sí, pero que requieren de algo más: la capacidad humana de interpretar y contextualizar la información.
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Aquí es donde entra la intuición informada, una idea planteada por el psicólogo Daniel Kahneman en su obra Thinking, fast and slow. La intuición informada se desarrolla a partir de años de experiencia en un campo específico, permitiendo a las personas reconocer patrones de manera rápida y precisa. Esta capacidad, que opera en el Sistema 1 de pensamiento según Kahneman, es rápida y casi instintiva, pero su eficacia aumenta enormemente cuando se combina con la experiencia vivida.
La intuición experta es el resultado de innumerables horas de práctica y de la exposición a múltiples escenarios similares, lo que permite a las personas tomar decisiones rápidamente basadas en patrones que han internalizado. Aún así, es importante admitir las limitaciones inherentes a la intuición. Las corazonadas, incluso las de los expertos, pueden estar llenas de sesgos cognitivos y emociones. El exceso de confianza, que a veces es terquedad, es un riesgo para la toma decisiones asertivas. Cuando un líder se aferra demasiado a su intuición, puede pasar por alto señales de advertencia basadas en datos, lo que podría culminar en decisiones desastrosas.
El verdadero secreto en la toma de decisiones organizacionales radica en saber cuándo y cómo utilizar los datos en conjunción con la intuición informada. Un líder efectivo debe estar dispuesto a dejarse guiar por los datos al mismo tiempo que recalibrar su intuición basándose en nuevas informaciones y contextos.
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Los datos pueden iluminar tendencias macroeconómicas, revelar preferencias emergentes del mercado e identificar ineficiencias operativas con precisión casi quirúrgica. Pero, en última instancia, son las personas quienes deben interpretar estas señales, discernir cuál es relevante y, en algunos casos, cuestionar sus propias suposiciones.
Daniel Kahneman nos recuerda que, a pesar de nuestra inclinación natural hacia la racionalidad, gran parte de la toma de decisiones diarias queda en manos de procesos mentales rápidos e intuitivos. Estos no siempre están errados. De hecho, pueden ser relevantes cuando se basan en un profundo conocimiento de la materia y se contrastan adecuadamente con datos objetivos.
En este balance, el papel de los líderes es crucial. Más que ser simples consumidores de datos o defensores de la intuición, deben aprender a ser mediadores, navegando entre la certeza que ofrece una hoja de cálculo y la comprensión profunda que solo la experiencia puede proporcionar.
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La próxima vez que te enfrentes a una decisión compleja en el ámbito organizacional, considera la pregunta: ¿qué dicen los datos? Y, simultáneamente, pregúntate: ¿qué me dice mi experiencia? ¿Qué mi intuición? Al equilibrar cuidadosamente estas dos vertientes, no solo mejorarás la calidad de tus decisiones, sino que también honrarás la rica complejidad de la mente humana. En definitiva, en la intersección de datos e intuición nace la verdadera innovación.