Sentado con una cerveza en la mano, en la sala, en la poltrona eterna de lectura, escuchando música clásica, o lo que redefino como tal para esta altura de mi vida, el rock noventero alternativo con el que crecí. Disfrutando trago a trago la fría, inmerso además en una conversación siempre agradable.
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Frente a mí, en el sofá, un amigo, que narra en detalle de vuelta alguna de nuestras aventuras en los primeros años de trabajo juntos. Las historias que repetimos cada cierto tiempo, donde los detalles se pierden, pero otros nuevos aparecen conforme nuestra mirada al pasado, con nuevas perspectivas que le dan a esas historias versiones mejoradas. Y así se nos pasa la noche, en esa intimidad fraternal, continúa narrando; y, mientras, sin que se de cuenta, detallo su pelo gris, o al menos lo que le queda, detallo sus arrugas y como las gafas no se le escurren como antes de tanto hablar. Parecen pegadas a su cara y orejas.
Poco a poco, se hace tarde, la energía a esta edad es diferente, nos despedimos, nos abrazamos y nos recordamos el próximo encuentro. Será la próxima semana, mismo horario; pero, esta vez, nos encontraremos en un lugar nuevo que queremos conocer. Se hace un corto silencio incómodo, “bueno, ahora sí, chao, parce”. Acto seguido, digo: “Finalizar llamada”. Como si fuera un fantasma, mi amigo desaparece ante mis ojos, queda mi sala vacía, la música aún suena. Me retiro las Vision Pro de última generación, las pongo en su soporte junto a la silla, me acomodo las pantuflas, apago la luz y me dirijo a dormir, despacio y algo rengo voy pensando lo afortunado que soy, de sentir cerca a un amigo que presencialmente llevo años sin ver; sin embargo, hemos envejecido juntos y que, aunque hay muchos kilómetros de distancia, intentamos sentirnos menos viejos contando las historias de siempre.
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Esto no hubiera sido posible sin el despegue de la tecnología espacial, que tomó fuerza en 2024, por cuenta de la disputa por generar experiencias de realidad virtual y realidad aumentada (AR/VR) más enriquecedoras, más reales. Por un lado, Apple con sus Vision Pro, con su sistema operativo VisionOS, trae experiencias más inmersivas, un gran manejo de luz y ese detalle sofisticado que caracteriza a la marca. Mientras tanto, Meta con Quest 3, cada vez evoluciona más su uso, más orientado a la jugabilidad y creación de realidades alternas a la presente.
Ambas, tienen en principio la misma forma de funcionar, a través de sus cámaras y sensores hacen un mapeo 360 de la ubicación de la persona, objetos, luz, riesgos, obstáculos y demás. Esta información permite que la inteligencia artificial interna puede entonces proyectar los escenarios superpuestos, donde puede ser una sencilla alteración como el despliegue de una pantalla flotante o crear un campo de batalla entre humanos y mutantes extraterrestres con armas aún no inventadas, todo en la sala de la casa. Hoy, a través de estos lentes, podemos estar en segundos contemplando con un realismo absoluto la torre Eiffel desde un banco en el Champ de Mars, o podemos estar en lo profundo de una línea de producción viendo como los brazos robóticos ensamblan las nuevas generaciones de vehículos autónomos. Seguro Julio Verne lo definiría como una máquina de tiempo y para el fan de Viaje a las estrellas, la definición sería una máquina de teletransportación.
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Sin embargo, por más que intentemos escapar de nuestra realidad usando los lentes inteligentes, siempre están detrás los lentes miopes humanos con vicios, creencias y prejuicios que distorsionan por default la realidad. ¿Algún día aprenderemos a sacarlos?