Para Óscar Botero Giraldo la fotografía es teatro en movimiento. Desde que tenía 13 años ha plasmado el mundo en imágenes. La primera cámara que tuvo en sus manos fue en 1970, una Canon FTb, de Ligia una de sus hermanas mayores. Siendo aún niño aprendió la magia del revelado en cuarto oscuro.
“En esa parte inicial tomaba fotos de mis amigos y sus familias. En estos días tuvimos una reunión generacional. No nos veíamos desde hacía 30 años. Les mostré las fotos y quedaron sorprendidos, además son hermosas en blanco y negro”, cuenta.
Antes de llegar a la adolescencia ya era el fotógrafo oficial de las obras de teatro y galerías de arte de Medellín. Después de capturar la esencia de exposiciones de grandes artistas del momento como Caballero, Botero, Negret, Grau, Arenas y Obregón, perfiló su lente hacia otros eventos de ciudad.
Desde 1975 ha fotografiado a los silleteros en diferentes espacios: en sus fincas, en el montaje de las silletas y en los desfiles.
“En 2006, allá en Santa Elena, con el apoyo del silletero Alex Nieto, quien ya falleció, logramos tomas a 20 de los silleteros pioneros, personas de 80 y 90 años, y más; que creo, ya muchos murieron”, relata.
Aunque es biólogo de profesión de la U. de A., su disciplina y trayectoria en el universo de la fotografía lo tornan en un productor y realizador audiovisual, revestido de todo el criterio y autoridad. Sabe que es un artista de la imagen, mérito por el que ha recibido varios reconocimientos por parte del sector teatral y cultural de la ciudad.
Con la idea de recopilar la memoria de la ciudad, en 1995 creo la Fundación Víztaz con la que ha diseñado proyectos como el “poncherazo” que revive la fotografía antigua en lugares icónicos de la capital antioqueña como el Pueblito Paisa, la carrea Junín o el parque de Bolivar; también, con su propio archivo fotográfico, ha publicado dos libros conmemorativos de los 50 y 60 años del desfile de los silleteros y los álbumes “Medellín y Antioquia son un caramelo”, entre muchas otras iniciativas.
También tiene un museo con 200 cámaras: “Tengo algunas con las que trabajé toda la vida. Hay una de 1900 y lo más importante es que se puede tomar fotos con ella. Ahora, en talleres, enseñamos a sacar fotos con cámaras antiguas, de 120 años”.
Además del confinamiento por la pandemia, 2020 trajo para Óscar un giro inesperado: le diagnosticaron leucemia.
“La vida cambia repentinamente. Estuve 55 días aislado en procedimientos médicos. Sandra, mi compañera, a quien conocí tomando fotos de teatro, fue quien me cuidó. Por ella sobreviví, ha sido mi ángel”, comenta.
Agradece a ella, a la Clínica Marly de Bogotá y, en EE. UU., a su donante desconocido de médula ósea.
Pensionado, y tras superar la enfermedad, enfoca ahora su existencia con una mirada más mesurada, pero siempre a través de una cámara fotográfica, una de rollo a blanco y negro que le deje revelar toda su esencia como artista de la imagen.