Hasta antes del reguetón y la música electrónica, saber bailar era una necesidad social que
hombres y mujeres tenían en nuestra sociedad. Fue la manera en la que más de una
pareja se conoció, compenetró y vio que podían tener algo juntos.
Primero fue el porro y la cumbia, los ritmos cuadrados. Luego fue la salsa, algo
aspiracional para quienes crecían que la sabían bailar; y después, el merengue, una balada
rápida que cualquiera baila.
Sin embargo, varias cosas han cambiado en los últimos 20 años en el mundo de la música.
Cambió el mercado, la promoción, la forma de posicionar un disco, el lugar para
escucharla, de lanzar un sencillo, la llegada de las plataformas de audio… y en esos
cambios, pasaron de moda personajes como los coleccionistas y los bailarines.
Ya saber bailar no importa, como no importa tener el disco más rebuscado del artista
favorito, porque ya Spotify lo tiene. Antes un buen bailarín levantaba en la pista de baile, y
ni qué decir si se sabía los pasos prohibidos de la salsa. Todo eso pasó a la historia. Los
jóvenes de hoy bailan como dando instrucciones de azafata, no más de 20 segundos para
el Tik Tok de moda y ya está. Ese es el acercamiento con el baile, aparte del perreo, que se
hace en unos momentos y ambientes específicos, y la música electrónica, en donde,
básicamente, no hay que saber bailar.
Le dijimos adiós a los Piper Pimienta, que le enseñó a bailar salsa a los colombianos en los
años 70 por cuenta de sus éxitos con Fruko y The Latin Brothers. Ya el porro y la cumbia de
orquesta de los 70 no suena; solo en diciembre, o fusionada con guitarras eléctricas y
batería, mientras que esa tradición de buenos bailarines que tenían los paisas se queda en
generaciones de 40, 50 y más años.
A eso habría que sumarle el adiós al virtuosismo, a dejarnos impresionar por la velocidad,
los pasos, el malabarismo de algunas parejas en la pista, cosa que ya no se ve en los videos
que los jóvenes se graban para redes sociales.
Los tiempos cambian, la música también, pero en el recuerdo de más de uno seguramente
está esa primera bailada cuerpo a cuerpo de una balada de los años 80, o una conquista
en unos quince, por cuenta de Pastor López, Rodolfo Aicardi o algún vallenato viejito. Los
salseros recordarán aquellos salones para bailar y escuchar salsa en Palacé, Colombia y
San Juan, o cuando estuvieron de moda las discotecas crossover en Sabaneta y El Poblado.
Adiós a los bailarines, adiós a la bola de espejos en la pista, adiós a las minitecas que
ponían de todo. Lo de hoy es perreo intenso, que incluso escandaliza a algún
desprevenido en el Perro Negro.
Bailar ya no quita ni pone, ya no suma, ya no es un atributo más. Ni siquiera está en la lista
de características elegibles de pareja por parte de los jóvenes. Los usos de la música hoy
son otros. Adiós a los bailarines que azotaban baldosa, que brillaban hebilla, que prendían
la pista. Adiós a esa frase que era la mejor recompensa a una labor bien hecha por parte
de la pareja de turno: “¿nos bailamos otra?”.