La evolución del lenguaje natural, aquel que hablamos y escribimos los seres humanos, ha sido, sin duda, el catalizador de nuestro progreso, y la evidencia más clara de nuestra capacidad cognitiva como especie.
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Sin embargo, no siempre somos conscientes de que el lenguaje trasciende la mera transmisión de información. La forma en que lo utilizamos es, a su vez, un espejo que refleja nuestra personalidad, nuestros valores y nuestra visión del mundo.
Existe, si me permiten la analogía, un lenguaje natural de segundo orden, en el que lo importante no es lo que decimos, sino cómo lo decimos. Este nivel del lenguaje, distinto del lenguaje no verbal, actúa como un código “oculto” que, ya sea de manera consciente o inconsciente, desvela al locutor, exponiendo no solo sus intenciones, sino también sus creencias, prejuicios y vulnerabilidades.
Veamos algunos ejemplos:
- No es lo mismo decir: “Mis logros del último trimestre” frente a “Nuestros logros del último trimestre”. El uso del pronombre “mis” denota individualismo y posesión; mientras que “nuestros” implica trabajo en equipo y pertenencia a un grupo.
- “Mi Gobierno hizo” en contraste con “Nuestro Gobierno ha hecho”. Utilizar “Mi Gobierno” sugiere una visión más autoritaria y personal del poder, mientras que “Nuestro Gobierno” transmite un sentido de inclusión y responsabilidad compartida.
- “Se cometieron errores” versus “Cometí un error”. La primera forma, en voz pasiva e impersonal, diluye la responsabilidad, mientras que la segunda asume directamente la autoría de la acción.
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Aunque los cambios en la semántica pueden parecer sutiles a primera vista, la forma en que decimos las cosas revela mucho sobre nuestra manera de pensar y de relacionarnos con los demás. En términos más técnicos, y espero no ofender a ningún filólogo con estas palabras, la manera en que empleamos el lenguaje es tan importante como el mensaje sintáctico que pretendemos transmitir, porque lleva consigo un mensaje implícito en las formas.
Soy un convencido del poder de la palabra, y por ende, que el lenguaje no es solo un vehículo de transmisión de información, sino un reflejo de nuestros valores, actitudes y cosmovisión que busca empatizar, empoderar y alinear, entre muchas otras consecuencias.
Como usuarios del lenguaje, tenemos la responsabilidad de ser conscientes de este poder y utilizarlo de manera constructiva. ¿Qué mensaje estamos transmitiendo realmente con nuestras palabras? ¿Estamos fomentando la unidad o la división? ¿Asumimos la responsabilidad o la evadimos?
El cambio comienza con cada palabra que elegimos utilizar.
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