En este caso, mi alegría está llena de facetas. Una de ellas, mi último encuentro con el padre Horacio. El 13 de febrero pasado fui al Colegio San Ignacio a visitar al padre Gustavo Baena. Y tuve la dicha de que quien me recibió fue el padre Horacio. Me sentí muy acogido. Una acogida que con motivo de su muerte, me llena de felicidad.
El padre Horacio es un ser humano inmensamente bondadoso. Y por eso ocupa un puesto de honor en mi memoria y en mi corazón. Conocer un hombre bueno es un privilegio, un gusto inefable.
La palabra “bueno” me trae a la memoria el diálogo de Jesús con el joven rico. “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Y Jesús le responde: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 17-18).
Cuando digo que para mí el padre Horacio es un hombre bueno, hago alusión a este diálogo de Jesús. El padre Horacio, por su cordialidad y espíritu de acogida, participa en forma admirable de la condición divina. Quien pudo constatarlo como yo, tiene una experiencia privilegiada del Creador.
El recuerdo del padre Horacio me enseña cosas hermosas. Siento que será para mí ángel de la guarda del cual tengo mucho por recibir de parte de nuestro Creador.
Por eso me llena de felicidad dejar constancia en esta nota de mi admiración sin límites por el padre Horacio. Dios me envía sus bendiciones a través de él. Hago momentos de silencio para acogerlas.
Me encanta recordar lo que escribe Sor Isabel de la Trinidad: “¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo! Me entrego a ti como víctima. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas”.
Padre Horacio, ¡qué envidia sentirte ya en la plenitud de la vida que es nuestro Creador!
*El Padre Hernando Uribe es fundador y docente investigador del Instituto de Espiritualidad de la Universidad Pontificia Bolivariana, doctor en Filosofía de la Universidad Santo Tomás, de Roma; especializado en Psicolinguística, en el Centro Amauta, de Bogotá; en Teología mística, en el Centro Internacional Teresiano-sanjuanista, en Ávila, España; y en Cultura francesa, en La Sorbona, en París. Hace parte de la comunidad de los carmelitas descalzos desde los 13 años. Allí es reconocido como una persona muy espiritual, humilde y de amplia solidaridad con los demás.