Memoria y origen

“… es como un retornar incesante que la errancia convirtió en todos los lugares, tan lejos como el tiempo, tan cerca como el recuerdo…”

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Escrito por: Saúl Álvarez Lara

Entre el artista y el narrador un elemento imprescindible fluye como las corrientes de los ríos que evoca su obra: la memoria. La narración se construye con palabras, con frases que conducen al encuentro. El artista convierte la historia, su historia, en contextos evocadores donde la memoria sitúa rastros de seres y momentos presentes desde siempre en su imaginación. Luis Fernando Peláez ha narrado, desde sus primeras obras, aquellos espacios amplios, altos, fríos o calurosos en la ribera de los ríos donde árboles, ganado, piedras, casas, naturaleza, en toda la extensión de la palabra, estimula el imaginario y la memoria que el artista convierte en instalaciones tridimensionales. Cada vez que me encuentro con una obra de Peláez una historia viene a mi mente, sin embargo, la historia que llega viene mediada por la obra que la sugiere: entonces imagino novillos vadeando las corrientes sin freno de los ríos; huellas de gentes que cruzan los campos y que Peláez no representa como huellas sino como formas que enriquecen la historia; noches de luna llena con cielo despejado plenos de sombras y sonidos que, engrandecidos en aquella luminosidad pasajera, acompañan; siluetas de piedras o de casas quietas en medio de la oscuridad asumen la forma de presencias vivas en épocas originales. Todos ellos argumentos imaginarios que abren las puertas del recuerdo y la memoria en cada encuentro con su obra.

Luis Fernando Peláez expone en el Museo Maja de Jericó en la sala que lleva su nombre. El título de su exposición es Del tiempo que pasa. Entre esta y otra exposición en el mismo Museo titulada Volver el tiempo ha pasado, y ahora, cuando nos anuncia que el tiempo pasa no lo hace porque en su obra, la de ahora y la de Volver, el tiempo sea distinto. Lo hace porque lo importante se encuentra en el paralelo entre el movimiento y la quietud, entre el tiempo que pasa y el que permanece; entre la imaginación y la memoria; entre la actividad y el pensamiento. Una frase expresada en Volver podría definir la quietud en permanente movimiento del tiempo en la obra de Luis Fernando Peláez: “… es como un retornar incesante que la errancia convirtió en todos los lugares, tan lejos como el tiempo, tan cerca como el recuerdo…”

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“El río lleva una corriente antigua / y a la vez reciente, donde mezcladas van / lluvias y torrentes ocultos que arrastran / novillos en sus aguas bravas. / Es allí donde la memoria trae el aire / de una puerta abierta a todos los / horizontes”, escribe Peláez en uno de sus poemas, evocando el origen. En Del tiempo que pasa, el tiempo no es solo uno, son dos tiempos. Uno, donde objetos, toros, aguas son porque los vemos. Otro, donde aquello que no vemos, pero presentimos, sucede. Imaginemos este instante infinito: la luna llena ilumina la sala con una luz amplia y las sombras viven; los novillos vadean las corrientes; sonidos de humanos y animales se escuchan y vienen de la penumbra donde los poemas se revelan. Un lugar así estimula la imaginación; lleva a la narración, a la tierra, a la quietud del tiempo, al encuentro con el origen. Del tiempo que pasa, la exposición de Luis Fernando Peláez en el Museo Maja de Jericó, es así…

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