Hace poco, dos grandes amigos míos y yo tuvimos la fortuna de acompañar a un grupo de voluntarios a no de sus campamentos en el occidente del país. La fundación que nos invitó quiso en esta ocasión contribuir al entendimiento de una compleja dinámica humana: la migración. ¿Qué mejor manera de entenderla que entrando en contacto directo con ella? Criticar desde la oficina, viendo los noticieros en la sala de televisión o mirando a los caminantes a través de un vidrio polarizado (¡hm! Buena palabra para la actualidad política del planeta) es más fácil que caminar con quienes se han tenido que desplazar, escuchar sus historias y buscar aprender de sus experiencias.
Esto buscan los voluntariados. En este caso, los voluntarios son personas que tienen un trabajo de tiempo completo y deciden dedicar un par de días a ayudar a otros. La fundación tiene el difícil trabajo de conseguir contactos locales, gestionar la logística para transportar, alojar y alimentar a decenas de personas y organizar encuentros que tengan un impacto en las vidas de las comunidades y de los voluntarios.
Nuestra participación en este evento tenía el objetivo de explorar alternativas para el manejo de residuos orgánicos.
En el caso de la comunidad, nos reunimos en un hermoso parque barrial. La primera parte consistió en renovar el centro comunitario. Entre todos le dimos una nueva capa de pintura, arreglamos las plantas que tenían sembradas y sembramos nuevas. El remate consistió en la elaboración de una paca digestora Silva, un sistema de tratamiento de residuos orgánicos de bajo mantenimiento. Sin entrar en mucho detalle, consiste de una formaleta cuadrada en la que se depositan capas de residuos de jardinería (poda, grama u hojas secas, por ejemplo) y todo tipo de desechos orgánicos (vegetales, cárnicos, lácteos). Si se construye y maneja bien, no habrá malos olores ni animales. Con el tiempo resultará un excelente fertilizante.
En el caso del colectivo, se entregaron a los jóvenes materiales para renovar y embellecer su sede. No cabía un alma en ella, ya que, además de los voluntarios de la fundación, llegaron varios jóvenes a pintar, organizar, reparar y adornar el lugar. Esta vez instalamos un sistema más compatible con el interior, con lugares sin jardines o espacios abiertos, que consiste de varias materas sencillas de barro en la que se vierten solamente residuos vegetales y aserrín u otros materiales secos, como cascarilla de arroz.
Como de otras experiencias de voluntariado en las que he participado, regresé maravillado con la energía que le ponen organizadores y participantes a estas iniciativas y con las ganas de contribuir con su tiempo, su fuerza y su conocimiento para mejorar la calidad de vida de las comunidades que visitan.
Resalto, además, tres aprendizajes importantes para cualquier iniciativa de trabajo con comunidades:
1) Si no hay un doliente en la comunidad, alguien que se ocupe de transmitirles a los demás miembros el conocimiento que se construyó en conjunto, alguien que mueva a las personas a continuar los procesos que se hayan iniciado o que vinieran sucediendo, todo se caerá en poco tiempo.
2) No se puede permitir que los políticos se “adueñen” de las mejoras resultantes de las actividades de voluntariado y del trabajo conjunto.
3) Hay que partir desde el conocimiento existente y construir a partir de él. Hay que llegar a las comunidades con intenciones de aprender. La arrogancia no lleva a ningún lado.