En la plaza principal de El Retiro, en la calle que queda a todo el frente de la iglesia, el tiempo está detenido desde 1916. El Central, un granero que fundó ese año don Francisco Vélez, permanece casi intacto, con sus anaqueles rojos, la escalera de madera, la pesa de hierro y los afiches amarillentos.
Don Pacho -así lo llamaba todo el mundo- no tuvo que echarle mucha cabeza al nombre, porque la ubicación del negocio era inconfundible. Y tampoco hizo falta mucha publicidad, porque el carisma del dueño era suficiente para garantizar la clientela. Así lo cuenta Jorge Vallejo, sobrino nieto del fundador de El Central, que, durante 38 años, se ha encargado de atender y conservar el entable.
“A la gente le gusta la atención amable, personalizada”.
Y aunque El Central no tiene ya a la entrada los bultos de maíz y de papa que sirvieron de asientos a los contertulios guarceños que iban a tomar el aguardientico, todavía conserva el encanto de las tiendas de pueblo, con su miscelánea de productos varios y los afiches antiguos. Pero lo que más ha garantizado la permanencia del lugar es la conversa:
“Acá la gente viene todavía porque le gusta la atención amable, personalizada”,
dice Jorge.
Es el legado familiar. Cuenta que su tío abuelo, don Pacho Vélez, armaba tertulias en El Central para contar historias sobre los viajes que hacía. “El viejo no se casó nunca -dice-. Tenía su modito para vivir bien, y lo empleó en viajar y viajar, alrededor del mundo”.
Cuenta que uno de los contertulios, el maestro Fernando González, pasaba tardes enteras escuchando sus historias y sus chistes. “Tenía una vena humorística muy grande; era uno de los hombres que más tiros tenía en el pueblo”. En el Libro de los viajes o de las presencias, en su narración del viaje a El Retiro, el filósofo envigadeño le hace un guiño:
“Vaya pronto, Obdulio, a la tienda de don Pacho, y vuelva a la carrera y no zangoletee mucho la botellita”.
Don Pacho vivió 95 años, y alcanzó a formar a quienes se iban a encargar del negocio familiar: Rafael Vallejo, primero, y su hijo Jorge, después. “Yo era un pelaíto de 10 o 12 años, y venía a colaborar acá los fines de semana -dice-. En esa época, el abuelo hacía trueque con los campesinos, que traían sal, velas y verduras a cambio de los productos de primera necesidad. Y los granos los vendíamos por puchas”. La pucha era un cajoncito de madera, cuya cantidad equivalía a un kilo, más o menos.
“Un kilo menos un puño”, aclara Jorge.
Manejar El Central no estaba entre sus planes de joven, pero la muerte dolorosa del papá, el hermano y el abuelo, en un lapso muy corto, lo obligó a continuar la tradición. Es probable que no tenga la misma vena humorística de don Pacho, pero algo de histrionismo le tiene que haber heredado, porque cada diciembre, del 16 al 24, El Central se convierte en el alma de la fiesta de El Retiro, con Jorge Vallejo vestido de Papá Noel, repartiendo galletas por doquier.