En este mundo moderno, en el que cada día vivimos nuevas realidades, el secuestro viene mutado, evolucionando de la modalidad física al ciberespacio. Esta nueva forma de crimen, astuta y elusiva, representa una intimidación no solo para individuos, sino para la economía global en su conjunto. El secuestro digital es una realidad virtual que nos golpea con consecuencias devastadoras.
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Los líderes empresariales, desde las juntas directivas hasta sus CEO, enfrentan ahora un desafío formidable. La ciberseguridad ya no es una preocupación marginal; es un imperativo estratégico. No es la responsabilidad de unos pocos elegidos en el departamento de tecnología ni un capítulo más en el manual de operaciones empresariales; es un deber colectivo, una misión que exige la participación de cada miembro de la organización donde cada decisión, cada política, cada inversión en seguridad informática cuenta.
Las cifras nacionales son alarmantes si analizamos los últimos 10 años cuando el número de casos contabilizados anualmente en el sistema de denuncias de la Fiscalía General de la Nación llegó a su punto más alto; registrando, en 2023, 65.794 casos vs. los 3.380 de 2013. En este escenario, todas las empresas y personas, desde el más alto ejecutivo hasta el nuevo aprendiz, juega un papel vital para proteger la economía del país.
La mutación del secuestro humano al corporativo no solo es cuestión o falta de inversión en tecnología, por el contrario, sigue siendo el reflejo de nuestra sociedad; un espejo de nuestras vulnerabilidades e infinita inconsciencia. Mientras luchamos contra los secuestros tradicionales, a veces cerramos los ojos ante la ciberdelincuencia desconociendo su crueldad y poder destructivo.
Un clic imprudente, una contraseña débil, un momento de descuido, y las puertas se abren a un asalto digital. En este campo de juego, la ignorancia no es una opción y mucho menos una disculpa; la capacitación y la conciencia son las armas que nos mantienen seguros donde no es solo la estrategia lo que cuenta, sino la pericia de cada uno de los individuos.
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La seguridad digital, lejos de ser una sinfonía, cada vez se asemeja más a aquellos silencios que aturden. Un tema del que mucho hablan y poco actúan. A pesar de los avances tecnológicos y las voces crecientes en materia de ciberseguridad, los esfuerzos actuales de algunas empresas y gobiernos son más que mudos, o en su mejor expresión, incipientes.
Nuestra vulnerabilidad digital es muestra de nuestra ingenuidad colectiva, un subestimar del peligro que se cierne sobre nosotros. Pero la realidad es implacable, y esta postura de pasividad nos deja en un filo peligroso, poniendo en riesgo no solo la integridad de los datos sino la continuidad misma de nuestros negocios.
La pregunta ya no es si seremos atacados, sino si estamos en capacidad de recuperarnos. Las empresas están llamadas a tener posturas más claras en materia de seguridad. En balancear las inversiones y cuestionarse la prioridad que dan a este riesgo.
Preguntarnos cada cuanto ensayamos y preparamos escenarios cercanos a los reales para medir nuestra capacidad de reacción colectiva entendiendo que esta es la realidad que enfrentamos y un desafío que no podemos ignorar.
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Solo una postura crítica y proactiva nos permitirá sobrevivir en este mundo digital lleno de posibilidades, pero a su vez, inclemente. La historia nos juzgará no por los ataques que sufrimos, sino por cómo elegimos responder y garantizar la continuidad empresarial. La ciberseguridad es el campo de batalla de este siglo, y está en nuestras manos no solo defenderlo, sino también asegurar que nuestras empresas, nuestra economía y nuestra sociedad emergen más fuertes y están preparadas para los desafíos de un mañana cambiante.