La semana pasada participé en la conferencia anual de la Sociedad de Educación Comparada e Internacional (CIES, por sus siglas en inglés), como parte de un panel sobre el programa Juntos Aprendemos, de USAID, en el que los socios de esta iniciativa -Partners of the Americas, Parque Explora, Fundación Carvajal y Proantioquia- conversamos sobre la importancia que ha tenido el trabajo en red durante el programa para el fortalecimiento del sistema educativo colombiano en su rol de agente fundamental para la permanencia y acogida de migrantes venezolanos en el país. Me sorprendió el interés de este tema para organizaciones educativas de otros países del Sur Global, como Kenya o India, y esto me corroboró que, independientemente del lugar del mundo, la educación es un factor de protección e integración primordial en contextos de migración.
En el caso de Colombia, es una realidad que, actualmente, somos un país receptor de migrantes. Según el Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM), a agosto de 2023 había casi 2.9 millones de personas provenientes de Venezuela residiendo en el país y, en cuanto al sistema educativo, este pasó de tener 34.000 estudiantes venezolanos matriculados en 2018 a tener 620.000 en 2023. ¿Cómo no hablar, entonces, de la estrecha relación que hay entre migración y educación en un contexto como este?
Los altos flujos migratorios suponen desafíos de distinta índole para un país como el nuestro; sin embargo, son también una gran oportunidad para potenciar la diversidad como un valor que promueve el desarrollo social, cultural, intelectual y económico. Pararnos del lado de las oportunidades requiere de cambios de mentalidades y actitudes, así como de mecanismos que promuevan la protección, el bienestar y la calidad de vida de las personas migrantes y sus comunidades de acogida.
En este sentido, la educación y la escuela juegan un papel primordial. Por un lado, pueden actuar como una suerte de abono que nutre y fortalece el desarrollo de comportamientos y habilidades esenciales para conformar comunidades resilientes, con sentido de pertinencia por su territorio y con vocación de cuidado y acogida de la vida y de la diferencia. Por el otro, promueven la integración de niños, niñas y adolescentes, así como de sus familias, pues abren ventanas a nuevas oportunidades, pueden ser espacios seguros que fomentan la convivencia y el liderazgo de estudiantes y otros actores del territorio, y, además, favorecen el arraigo.
Sé que la educación y la escuela no pueden con todo. Sin embargo, ¿qué tal si las abrazamos y potenciamos como agentes de inclusión y desarrollo social, cultural e intelectual? Iniciativas como Juntos Aprendemos son fundamentales para tener una sociedad más justa y equitativa, y ojalá cada vez seamos más quienes trabajemos en pro de la integración y acogida de migrantes en nuestras comunidades. Al fin y al cabo, en otros momentos de la historia hemos sido nosotros quienes hemos emigrado. ¡Que no se nos olvide!