En este lugar emblemático se puede entrar como Pedro Nel por su casa, y que es un museo en toda la ciudad pero de proyección nacional e internacional. Aparte de su bella casa y su asombrosa colección, tiene a su público al frente, en los alrededores, cruzando la esquina.
En los primeros días de 2006, cuando se reabrió el Museo Pedro Nel Gómez, doña Amanda, una mujer entrada en años y con el color del país, se quedó perpleja ante el mural del estudio, lleno de mineros, madres, espantos, muertos, trabajadores y esperanzados, como si sometiera la obra de arte al escrutinio del conocedor. Después de varios minutos, de sus labios surgió una sentencia breve y orientadora: “Pero esa gente se parece a uno”. El resto fue silencio. De ella y nuestro.
Hasta ese momento, la Casa Museo Pedro Nel Gómez se había sumergido en una crisis sin precedentes, por múltiples factores internos y externos, pero sobre todo sin público, con una colección maravillosa en precarias condiciones y una casa que tenía una belleza sin igual y una historia construida, pero con espacios que ya por el deterioro o el diseño no permitían su uso para exhibiciones con más técnica y despliegue.
Tanto la casa como las obras se podían recuperar. Surgieron propuestas de varios sectores para poner a salvo la colección, pero pocos, muy pocos, se dieron a la tarea de pensar en la comunidad, en los vecinos, en la gente que había visto crecer y decaer una residencia diferente, una casa de apariencia romana en medio del abigarrado y desordenado crecimiento urbano de sus alrededores, nada parecido a la manera como fue concebido en sus inicios el barrio Aranjuez, donde suenan todas las músicas y se viven todas las supervivencias.
Si bien en la década de los años treinta y la siguiente, la casa se había concebido como la esquina privilegiada del barrio Prado, algunas de nuestras prácticas nacionales, como el desplazamiento, trajeron grandes grupos de población a crear barrios nuevos entre la residencia del artista y el prestigioso Prado. Y allí se forjó una historia, con la visión de Giuliana, el trabajo persistente y talentoso de Pedro Nel Gómez y las travesuras de sus hijos, que fueron viniendo de año en año, hasta completar una gran familia. Y fueron todos ellos, ya adultos, los que dieron su aquiescencia para crear la Fundación Casa Museo Maestro Pedro Nel Gómez, que desde entonces se ha hecho cargo de este valioso legado.
Durante y después de Clío, que en medio de las tempestades mantuvo a flote el museo, la ciudad se había sumergido en un escenario apropiado para todas las formas posibles del crimen. Y el mundo entero marcó a Medellín como la capital de la violencia del narcotráfico. Y Medellín marcó al barrio Aranjuez como la despensa de los chicos malos que podían ejercer todas esas violencias. La Casa Museo, con sus grandes tesoros, quedó desarticulada de una ciudad que apenas la estaba reconociendo, y que con muy pocos años la olvidó a su suerte, que tampoco fue la mejor.
Total que la comunidad del barrio Aranjuez se quedó con el tesoro y con el problema, pues de los bellos y generosos espacios de la Casa Museo casi nadie se podía deleitar, y solo pudieron ver de lejitos la manera constante como el mugre y la maleza fueron invadiendo sus escenarios, mientras en sus alrededores cundía la violencia y sus jóvenes se negaban el futuro, como lo hacían en muchos otros sectores de una ciudad masacrada por sus hijos, pero que, resistente y corajuda, se negaba a sucumbir al desamor de sus moradores.
Y por segunda vez en pocos años, fue la propia familia, junto con las autoridades locales, las que dieron a salvar el legado del pater familiae: en una decisión sin precedentes, decidieron entregar su fundación y la casa a otros protagonistas de la gestión cultural de la ciudad, a nuevos cuidados y renovadas visiones de la gestión cultural y del trabajo con comunidades. Varias propuestas se habían realizado hasta el año 2005 para salvaguardar la institución, algunas tan descabelladas como llevarse la colección a otro lugar, desarticulándola de su entorno natural, y hasta cerrar la casa definitivamente para proteger los valiosos tesoros que se deterioraban adentro, algunos de manera definitiva e irreversible. Al final, una propuesta de manejo fue aceptada.
Si en la estructura clásica de los museos se habla de edificio, colección y público, la Casa Museo Pedro Nel Gómez tenía de todo eso, y de sobra. Cruzando cualquiera de sus calles estaba el público, la comunidad, el barrio Aranjuez con todos sus protagonistas. Se abrieron las puertas de par en par, se limpiaron sus salas y jardines, se puso lo más decente posible y con ese pequeño insumo se convocó a todos los habitantes del sector a tomar un pequeño algo, que no tenía intención diferente de recoger inquietudes, sugerencias y hasta recriminaciones, para crear con ellos el primer plan de trabajo de la institución que, a partir de ese ejercicio, pretendía renovarse en todos sus aspectos.
Como era apenas lógico, ninguno en la comunidad dijo que necesitaba ver la obra de Pedro Nel. Querían espacios para sus ancianos, para las tareas de sus hijos, para volar una cometa o hasta para jugar un picadito; algunos para tejer, otros para cruzar la calle. Un aguacero bíblico tumbó buena parte de los techos y con esa ayudita de la naturaleza empezó la tarea de reconstrucción, con nuevos estatutos, un esquema de gobierno corporativo, aliados en todos los sectores de la ciudad y una comunidad ávida de espacio que encontraría, de cualquier forma, la obra de Pedro Nel Gómez en todos los espacios que utilizaran.
La administración municipal, con esa renovada propuesta, incluyó a la Casa Museo en sus programas de formación de públicos; la empresa privada comprometió su apoyo y se crearon pequeñas unidades de negocio que hicieran sustentable su operación, para mantener la promesa hecha a la comunidad de que las puertas siempre estarían abiertas. Y se invocó un lema que sería categórico: la Casa Museo Pedro Nel Gómez, uno de los patrimonios más grandes y valiosos del país, es del barrio Aranjuez, lo que este barrio le aporta a la ciudad. Y que en este lugar emblemático se puede entrar como Pedro Nel por su casa, y que es un museo en toda la ciudad pero de proyección nacional e internacional.
Y muchos, muchos otros programas que hacen a este museo diferente de los otros museos, de todos los museos: aparte de su bella casa y su asombrosa colección, tiene a su público al frente, en los alrededores, cruzando la esquina. Allí están doña Rosa y doña Blanca, la señora Amanda y Sarita, los Vargas y los Valencia. Los hijos y los nietos de todos ellos, los sobrinos de aquellos, los que bailan tango y los que juegan bingo, los que esculcan en Facebook las fotos de su amada y los que quieren saber más de Pedro Nel Gómez. Todos están allí, y los otros en cualquier lugar de Medellín o del país. Al fin y al cabo este es un museo que tiene más habitantes que visitantes.
* Periodista y Abogado. Director del Museo Pedro Nel Gómez, de la Casa Gardeliana y del Museo de Ciudad.
Inicia restauración en Julio 2006