El paisaje que hay subiendo por La 10 en El Poblado, además de los peatones y carros, es de locales que cambian con mucha frecuencia su razón de ser: una panadería, en tres meses, se vuelve una tienda de ropa, luego una papelería, y después, un puesto de comida rápida. Unas cuantas cuadras antes de llegar al parque de El Poblado, y escondido por una fachada llena de grafitis, hay un aviso de plástico, un poco alto, que casi no se lee: Calzado La 10.
Si uno se adentra, los ruidos de carros y la fogosidad del sol dan paso a un local silencioso, un poco oscuro, donde reposan en las estanterías zapatos de dama, y se ven máquinas de ensamblaje de calzado. Allí, Jorge Romero y Claudia Uribe llevan 27 años, como un ancla en medio del vaivén de los locales vecinos.
‘’Empezamos como remontadora de calzado, que era haciendo trabajitos, tapas, pegues, cambios de suela, protectores, pinturas. Así, hasta hace alrededor de 5 o 6 años. Ya después empezamos a fabricar’’. Cuenta Jorge que, antes de entrar al mundo del calzado, era tecnólogo de sistemas en el Banco Cafetero; por ese entonces “’conocí a la morena y me enamoré de la morena, y renuncié donde estaba y me metí con ella a ayudarle a levantar el negocio’’
La morena, Claudia Patricia Uribe, había llegado al calzado por una empresa que tenía la hermana, donde estuvo trabajando mientras hacía el preuniversitario: “Empecé a conocer todos los pasos del calzado. Me gustó el corte y me gustó la guarnecía y me gustó lo que es el diseño del calzado, que es lo que actualmente hago’’. Su hermana la había destinado al área administrativa, pero ‘’yo me le volaba. Mi hermana preguntaba dónde estaba y las trabajadoras le decían que en producción. Ella me pasó a manejar una parte que se llamaba control de calidad de guarnición’’.
Después, Claudia y su hermana, junto a un socio, tendrían un local de calzado enfrente del Éxito de La 10, pero este cerraría y Claudia abriría su primer negocio, la remontadora. “Ella empezó con un localcito pequeño, cuatro locales abajo, con un motor pulidor para poder pulir suelas, las tapas. Después yo la conocí y se nos presentó la oportunidad de venir a este local más grande’’ recuerda Jorge Romero.
‘’La gente piensa que montar un negocio en la 10 es fácil, pero no’’, explica Jorge. Cuando le preguntamos por qué Calzado La 10 se ha mantenido 27 años, dice: “He visto mucho negocio, 1, 2 o 3 años, lo máximo, y se han tenido que ir porque es complicado. Aquí tú le trabajas al obrero, al raso, ¿si me entendés?… la gente que trabaja en los restaurantes, los muchachos que van a trabajar en obra. Y entonces la gente monta negocios para gente de plata, pero son muy costosos para quienes transitan en La 10; por eso no duran’’.
Jorge y Claudia tienen clientes fijos. Le fabrican a empresas que venden sus productos por internet, y con los retazos de cuero que les sobran tienen pocos zapatos para vender en el local. Para él, una de las razones por las que han sobrevivido es que “nosotros no trabajamos por trabajar y conseguirnos el día a día; a nosotros nos gusta es la calidad, la obra fina, obra buena. Un zapato que se lo puedan llevar y no me lo vuelvan a traer aquí por garantía’’.
Claudia Uribe recuerda con nostalgia el pasado de la industria del calzado: ‘’Para mí es una historia muy triste, porque antes la industria del zapato era una industria hermosa. Ahí conseguían plata el obrero y el patrón’’. Cuenta que eso decayó y muchas empresas cerraron, como la de su hermana, con la importación de zapatos desde China. Dice que ahora sobreviven los talleres pequeños, como Calzado La 10.